viernes, 6 de marzo de 2020

Tono perdido

Nunca había reparado en la crueldad con la que aquel espejo me devolvía la mirada. Triste.
La verdad sin empatía solo equivale a crueldad, y aquel espejo lo era.
Vi mi rostro apagado y cansado, mis ojos melancólicos y húmedos, mi rostro ordinario y mi cabello desarreglado.
Distingui algo brillante, un largo cabello de plata refugiado en la mermada multitud, una cana que viene a recordar el implacable paso del tiempo, vi vejez será como un crudo invierno, y se acerca como tal, frío, silencioso e imparable.
Vi mi rostro y mi consuelo fue el mismo de tantas otras ocasiones: en cien años más, a nadie le importará.
Que poca cosa se vuelve la realidad cuando planteas tus problemas de esa forma, siempre me sentí abstracto. De adolescente me metí en los videojuegos donde la realidad es distinta, nunca juegos violentos, sino aquellos que ofrecían una historia épica, un mundo a explorar, aventuras que vivir, reinos que necesitan ser salvados, princesas en apuros y protagonistas carismáticos. Pero eventualmente todo eso acabo, el mundo se hizo pequeño, las aventuras ya no eran tal, los reinos... Las princesas...

Y me metí en los libros. Portales encuadernados, portadores de mundos, contadores de aventuras, gastadores de amores.

Los relatos fueron cayendo uno a uno de forma implacable, las obras se fueron acumulando y mis fervientes ganas de escribir se fueron acrecentando hasta germinar en tres ideas. Y puesto a andar aquel molino negro, todo tuvo sentido otra vez. Y me puse a escribir.