miércoles, 12 de febrero de 2020

Cuento 1, (título provisorio)

—¿Porque quieren ser escritores?
El auditorio en pleno guardó silencio ante la pregunta del profesor.
—¿Nadie? —agregó.
Caleb al fondo, levantó la mano de forma tímida.
—Yo no quiero ser escritor, profesor.
—Entonces, ¿Qué hace usted en mi clase?
—Quiero aprender a escribir bien, o de forma decente, al menos —respondió con insultante sinceridad.
El veterano académico inclinó su cabeza hacia adelante, bajó levemente sus anteojos y observó al joven con mirada inquisitiva.
—¿Porque quiere usted aprender a escribir de forma decente, señor Rohan?
El ruido del movimiento de las sillas fue corto y severo, preciso. En un segundo todo el auditorio prestaba atención a las palabras que emitiría el joven Caleb, como un depredador que acecha a una presa, o un monstruo apunto de devorar a algún niño ingenuo mientas revisa bajo la cama.
Caleb sintió el peso aplastante de las miradas de sus compañeros de clase, la boca le supo amarga, a ceniza, sentía sus latidos desde las cienes hasta las yemas de los dedos. ¿En qué estaba pensando cuando decidió levantar la mano?, él no era así. Tampoco había sido el mismo desde aquella tarde de verano que pasó con Penny.
Penny —pensó, al tiempo que la buscaba con la mirada. Estaba en el mismo asiento que había ocupado desde hace ya dos semestres, desde aquel primer día cuando la vio por primera vez, desde que se enamoró. Cuando sus ojos se encontraron ella lo tranquilizó con una sonrisa, y sin emitir sonido alguno, con sus labios le dibujó la palabra «contesta».

—Por que  lo necesito —respondió al fin—. Necesito aprender a escribir para poder sacar esas voces de mi cabeza. Cada día —continuó—, imagino personas, lugares, conversaciones, historias, y tengo que plasmarlas en algún lugar, cada día vivo diferentes vidas con diferentes personas, cada día sufro con sus penas, añoro sus recuerdos y revivo sus memorias —hizo una pausa—, tengo que sacarlas o me vuelveré loco. Necesito escribir. Y anhelo hacerlo bien. O de forma decente, al menos.
—¡Ve a terapia! —se escuchó desde el anonimato de la multitud.
Toda la sala estalló en risas.
—¡Anormal! —dijo otro.
—¡Esquizofrénico! —Grito otro, aún más lejos.
Caleb, lejos de sentir vergüenza, se sintió muy bien, orgulloso y tranquilo, miró a Penny quien le demostraba alegría en sus ojos y él le devolvió esa alegría mientras le sostenía la mirada.
—Y quizá —la voz grave y poderosa del profesor McNamara corto las risas como un láser corta la mantequilla—, sea usted el único que consiga volverse un escritor de entre toda esta manga de chimpancés, señor Rohan.
Silencio.
—Gracias.
Más silencio.
—No me lo agradezca, ser decente entre la mediocridad no es un logro, señor.
—Entendido profesor.
Podía parecer que no, pero para Caleb y viniendo de su profesor de literatura Joseph McNamara, uno de los autores más influyentes de la última mitad del siglo, aquello era todo un elogio.
La vuelta a clases empezaba de forma muy vertiginosa, más de lo que Caleb le hubiese gustado, pero él había cambiado, el verano había dejado frutos, él ya no era el mismo y el mundo entero debía enterarse.