lunes, 30 de septiembre de 2019

Invisible

Ella endureció su mirada.
—¿Te diste cuenta que me hice algo en pelo?— preguntó al fin, visiblemente molesta.
—Si
—¿Cuándo?
—Ayer
Silencio. Se sostuvieron la mirada unos segundos
—Y tu...¿Te diste cuenta que yo me corté el pelo, me recorté la barba y me afeité el bigote?
—Si, me di cuenta— mintió
—¿Cuando?
—Ayer
—El jueves...
Silencio.
—Te gusta hacer sentir mal a la gente ¿Verdad?
Ella se dio media vuelta y se fue.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Estrella de la mañana

Él despertó, se giró sobre su hombro izquierdo y la contempló.
El despertar de su mujer fue suave.
Levemente abrió los ojos y miró a su alrededor, sintió la mirada su esposo y sin decir palabra se incorporó. Sentada en la orilla de la cama, alzó los brazos, se desperezó y levantó lentamente, como una flor que se abre en primavera.
Su figura contrastaba con la luz que entraba a raudales por la ventana, su cuerpo maduro, su silueta de reloj de arena, sus vertiginosas curvas, su piel blanca, su fragancia, su hermoso rostro redondo de nariz pequeña y rasgos delicados, su cabello alborotado y exótico que tomaba un color anaranjado encendido al contacto con la luz de la mañana. Era una visión.
Vestía tan sólo un camisón corto, no era una prenda de alta lencería ni mucho menos, sino una sencilla pieza de algodón que le quedaba algo corta y que permitía mostrar sus piernas al completo.
Se dirigió al baño con el andar ligero y ágil propio de una bailarina, el sonido de sus pasos en el piso frío era como las gotas de una lluvia menguante y con cada zancada, su pequeño atuendo parecía recogerse, mostrando de manera sugerente la redondez de sus nalgas.
El tiempo pareció congelarse, afuera, el sonido de algunos pájaros recordaba que la primavera había iniciado hace algunas semanas, el clima era agradable y permitía a la pareja dormir ligeros de ropa, lo que despertaba cierta lujuria y en más de alguna ocasión acabaron haciendo el amor en la madrugada luego de una visita improvisada al baño o la cocina.
Ella volvía.
Lo miraba apoyada en el umbral de la puerta, su pie derecho cruzaba el izquierdo, su boca semi abierta mordía uno de sus dedos índices mientras su cuerpo hacía un leve vaivén. Su mirada era la de una niña que sabía que cometería una travesura.
Él sonrió.
Con agilidad felina se abalanzó en la cama, se montó sobre su hombre y comenzaron a besarse, su boca olía a manzana verde y menta.
Se quitó al fin la juguetona prenda de vestir que terminó el el suelo. Armada de su desnudez y su turgente figura se dispuso a ser disfrutada por su marido, éste, sediento y deseoso, la recorrió primero con la mirada, luego con las manos y finalmente con la lengua.
Mientras el poseído animal besaba su cuello, ella esbozó un largo quejido.
—Feliz cumpleaños— dijo ella al fin.
Él echó la cabeza para atrás y la miró una vez más, se sostuvieron la mirada unos segundos.
El hombre, ansioso de placer, comenzó a embestir penetraciones mientras besaba la boca de su deseada y ésta, por su parte, le mordía el labio al tiempo que clavaba sus caderas a las de él, y también arremetía con fuerza.

La acción siguió por largos minutos hasta que ambos hubieron saciado su deseo, dando paso a una tranquilidad placentera.
La mañana avanzó.

Luego de aquel vendaval de instintos les vino otro, tan primario como el anterior, ésta vez fue él quien se levantó.
Ella lanzó una sonrisa.
—Ahora te toca a ti preparar el desayuno— dijo, mientras se cubría con la ropa de cama hasta el cuello.
El hombre se detuvo en el umbral, giró levemente su cabeza y sonrió.
—¡No te atrevas!— amenazó la cansada hembra
—No estoy haciendo nada.
Se acercaba.
—Estoy hambrienta...
—Yo puedo solucionar eso.
Se escabullía entre las sábanas.
—¡No!— gritó la mujer entre risas mientras intentaba huir.
Él, a ciegas, la buscaba, sus ágiles manos se perdían en el cuerpo de ella.
Luego de unos segundos de risas, cosquillas y escapadas, el forcejeo había terminado. Ambos tapados completamente, sólo disfrutaban el calor del otro.
—Te amo— dijo una voz. La frase quedó flotando apenas audible, como si no quisiera escapar de aquel refugio.
—Y yo a ti— respondió la otra voz.
Se fundieron en un abrazo.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Ojos Verdes

La promesa de lluvia me obligó a dejar la bicicleta en casa y tomar el transporte público.
Con el retraso habitual y la somnolencia de una mañana fría, todo iba en orden.
Me senté en el lugar de siempre, he hice lo de siempre: saqué el libro de turno y comencé a leer.
Unas cuadras mas adelante subió una chica, de altura promedio, contextura normal, de tez blanca y rostro redondo, una nariz pequeña y unos hermosos ojos verdes que hacían juego con el extremo de su cabello, en su raíz, castaño.
Dueña de una seguridad aplastante, se sentó en los asientos invertidos que miran al fondo y sacó (lo que desde los 6 ó 7 metros que nos separaban parecía) un pan con lechuga el cual ávidamente empezó a comer.
La escena, sin razón alguna, me resultó graciosa.
Mientras yo seguía inmerso en el Apocalipsis zombie de Santiago Sánchez Pérez, percibí su mirada. Sus ojos parecían enormes, su mirada pesaba, penetraba de una forma incómoda y asfixiante. Le sostuve la mirada por unos segundos y la aparte, con un gesto que asumo, resultó ser muy infantil.
¿Qué pretendía aquella chica extraña de enormes ojos verdes?
Aquello no era un coqueteo, ella se había dado cuenta de mi incomodidad y al perecer encontró cierto placer en aquello. Y lo hizo otra vez.
Me fue imposible volver a mi lectura y definitivamente nunca me acercaría a hablar con ella, no soy de esos hombres, así que saqué mi teléfono y fingí estar revisando cosas sin importancia.
Traté de nublar la vista y mirar al frente, al horizonte, esperando mi bajada que se aproximaba. La espera fue más larga que de costumbre, una persona recién subida vio a la chica mirándome y después giró su cabeza en dirección hacia mi. También le sostuve la mirada unos segundos. Aquello era una mala broma.
Siempre he procurado mantener un bajo perfil, pasar desapercibido, indetectable, pero esa chica en ese pequeño espacio me las estaba poniendo realmente difíciles.
No hubo una sonrisa, no hubo una respuesta, solo su mirada y mi incomodidad.
Al bajar traté de evitar el buscar su rostro a través de la ventana, y al final lo hice igual. Sus ojos seguían ahí, puse una cara como queriendo decir "¿que pretendes?", esta vez sí hubo sonrisa, y se perdió en el recorrido de aquel bus 302.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Inside

Otra vez esa pregunta.
Sé que me está hablando pero su voz se vuelve difusa, se pierde en el aire. Su rostro como sus palabras también se vuelven ilegibles, casi fantasmal.
Parece ser serio, quizá importante, asiento con la cabeza a lo que parece ser un consejo, mis oídos están en una burbuja donde sólo se percibe el silencio.
— ¿Me estás escuchando?— hace un gesto con la mano para llamar mi atención— ésto de verdad es importante.
— Lo siento, deben ser los medicamentos
— Lo entiendo, te lo preguntaré otra vez, ¿Has tenido ideas suicidas ésta semana?
— No, creo que estoy mejorando— miento.
— ok, eso está bien, muy bien, y ¿Algo que quieras compartir?
— Anoche soñé con mi hijo, ¿Cuándo podré verlo? — noto algo en su expresión, cree que no lo sé— ya ha pasado mucho, lo extraño.
— Bueno... Para eso son estas evaluaciones
— ¿Y cuando cree usted que podré ir a casa?— aunque conozco la respuesta, solo quiero incomodarlo
— Lo que yo crea no tiene importancia, tu caso se evalúa en una junta.
Percibo como empieza a golpear su cuaderno con el lápiz de forma compulsiva, sin duda miente, igual que yo, ambos sabemos que no saldré de aquí y solo estamos jugando un juego, midiendo fuerzas. Me encantaría medir la cantidad de fuerza necesaria para incrustar ese lápiz en su cráneo.
— Si, lo entiendo— nieblo la mirada, mi cabeza apunta al suelo.
— No te pongas así, siempre hay esperanza
— Si lo sé — (¿De dónde sacaron a éste tipo?).