miércoles, 11 de septiembre de 2019

Ojos Verdes

La promesa de lluvia me obligó a dejar la bicicleta en casa y tomar el transporte público.
Con el retraso habitual y la somnolencia de una mañana fría, todo iba en orden.
Me senté en el lugar de siempre, he hice lo de siempre: saqué el libro de turno y comencé a leer.
Unas cuadras mas adelante subió una chica, de altura promedio, contextura normal, de tez blanca y rostro redondo, una nariz pequeña y unos hermosos ojos verdes que hacían juego con el extremo de su cabello, en su raíz, castaño.
Dueña de una seguridad aplastante, se sentó en los asientos invertidos que miran al fondo y sacó (lo que desde los 6 ó 7 metros que nos separaban parecía) un pan con lechuga el cual ávidamente empezó a comer.
La escena, sin razón alguna, me resultó graciosa.
Mientras yo seguía inmerso en el Apocalipsis zombie de Santiago Sánchez Pérez, percibí su mirada. Sus ojos parecían enormes, su mirada pesaba, penetraba de una forma incómoda y asfixiante. Le sostuve la mirada por unos segundos y la aparte, con un gesto que asumo, resultó ser muy infantil.
¿Qué pretendía aquella chica extraña de enormes ojos verdes?
Aquello no era un coqueteo, ella se había dado cuenta de mi incomodidad y al perecer encontró cierto placer en aquello. Y lo hizo otra vez.
Me fue imposible volver a mi lectura y definitivamente nunca me acercaría a hablar con ella, no soy de esos hombres, así que saqué mi teléfono y fingí estar revisando cosas sin importancia.
Traté de nublar la vista y mirar al frente, al horizonte, esperando mi bajada que se aproximaba. La espera fue más larga que de costumbre, una persona recién subida vio a la chica mirándome y después giró su cabeza en dirección hacia mi. También le sostuve la mirada unos segundos. Aquello era una mala broma.
Siempre he procurado mantener un bajo perfil, pasar desapercibido, indetectable, pero esa chica en ese pequeño espacio me las estaba poniendo realmente difíciles.
No hubo una sonrisa, no hubo una respuesta, solo su mirada y mi incomodidad.
Al bajar traté de evitar el buscar su rostro a través de la ventana, y al final lo hice igual. Sus ojos seguían ahí, puse una cara como queriendo decir "¿que pretendes?", esta vez sí hubo sonrisa, y se perdió en el recorrido de aquel bus 302.