miércoles, 25 de septiembre de 2019

Estrella de la mañana

Él despertó, se giró sobre su hombro izquierdo y la contempló.
El despertar de su mujer fue suave.
Levemente abrió los ojos y miró a su alrededor, sintió la mirada su esposo y sin decir palabra se incorporó. Sentada en la orilla de la cama, alzó los brazos, se desperezó y levantó lentamente, como una flor que se abre en primavera.
Su figura contrastaba con la luz que entraba a raudales por la ventana, su cuerpo maduro, su silueta de reloj de arena, sus vertiginosas curvas, su piel blanca, su fragancia, su hermoso rostro redondo de nariz pequeña y rasgos delicados, su cabello alborotado y exótico que tomaba un color anaranjado encendido al contacto con la luz de la mañana. Era una visión.
Vestía tan sólo un camisón corto, no era una prenda de alta lencería ni mucho menos, sino una sencilla pieza de algodón que le quedaba algo corta y que permitía mostrar sus piernas al completo.
Se dirigió al baño con el andar ligero y ágil propio de una bailarina, el sonido de sus pasos en el piso frío era como las gotas de una lluvia menguante y con cada zancada, su pequeño atuendo parecía recogerse, mostrando de manera sugerente la redondez de sus nalgas.
El tiempo pareció congelarse, afuera, el sonido de algunos pájaros recordaba que la primavera había iniciado hace algunas semanas, el clima era agradable y permitía a la pareja dormir ligeros de ropa, lo que despertaba cierta lujuria y en más de alguna ocasión acabaron haciendo el amor en la madrugada luego de una visita improvisada al baño o la cocina.
Ella volvía.
Lo miraba apoyada en el umbral de la puerta, su pie derecho cruzaba el izquierdo, su boca semi abierta mordía uno de sus dedos índices mientras su cuerpo hacía un leve vaivén. Su mirada era la de una niña que sabía que cometería una travesura.
Él sonrió.
Con agilidad felina se abalanzó en la cama, se montó sobre su hombre y comenzaron a besarse, su boca olía a manzana verde y menta.
Se quitó al fin la juguetona prenda de vestir que terminó el el suelo. Armada de su desnudez y su turgente figura se dispuso a ser disfrutada por su marido, éste, sediento y deseoso, la recorrió primero con la mirada, luego con las manos y finalmente con la lengua.
Mientras el poseído animal besaba su cuello, ella esbozó un largo quejido.
—Feliz cumpleaños— dijo ella al fin.
Él echó la cabeza para atrás y la miró una vez más, se sostuvieron la mirada unos segundos.
El hombre, ansioso de placer, comenzó a embestir penetraciones mientras besaba la boca de su deseada y ésta, por su parte, le mordía el labio al tiempo que clavaba sus caderas a las de él, y también arremetía con fuerza.

La acción siguió por largos minutos hasta que ambos hubieron saciado su deseo, dando paso a una tranquilidad placentera.
La mañana avanzó.

Luego de aquel vendaval de instintos les vino otro, tan primario como el anterior, ésta vez fue él quien se levantó.
Ella lanzó una sonrisa.
—Ahora te toca a ti preparar el desayuno— dijo, mientras se cubría con la ropa de cama hasta el cuello.
El hombre se detuvo en el umbral, giró levemente su cabeza y sonrió.
—¡No te atrevas!— amenazó la cansada hembra
—No estoy haciendo nada.
Se acercaba.
—Estoy hambrienta...
—Yo puedo solucionar eso.
Se escabullía entre las sábanas.
—¡No!— gritó la mujer entre risas mientras intentaba huir.
Él, a ciegas, la buscaba, sus ágiles manos se perdían en el cuerpo de ella.
Luego de unos segundos de risas, cosquillas y escapadas, el forcejeo había terminado. Ambos tapados completamente, sólo disfrutaban el calor del otro.
—Te amo— dijo una voz. La frase quedó flotando apenas audible, como si no quisiera escapar de aquel refugio.
—Y yo a ti— respondió la otra voz.
Se fundieron en un abrazo.