jueves, 5 de noviembre de 2020

Ermitaño

¿Se puede identificar el preciso instante en dónde nos volvemos desconocidos?
¿Cuando es que ocurre?
Hace tiempo, en uno de los antiguos trabajos yo tuve una amiga, llegamos a conocernos muy bien y nos hicimos realmente muy cercanos, confidentes el uno del otro.
Era mucho mayor que yo pero eso nunca fue impedimento para compartir vivencias y tener largas conversaciones.
Debía tener la edad de mi madre.
Era una de las personas más agradables y magnéticas que he conocido, sus sabios consejos siempre calaban y siempre sabía cuándo darlos. Y cuando escuchar.
En un arrebato inmaduro de desconexión me aislé del mundo, cuando dejé ese trabajo borré todos los contactos, cada persona que (según yo) me había fallado. Ella nunca me falló y aún así dejé de hablarle, salió de mi vida como si nunca hubiese existido.
Hoy volví a recordarla. No pasa muy a menudo, recordar mi antigua vida, pero hoy la recordé. Eli.
Pensé en buscarla, en escribir, alguna vez la tuve en Facebook y en mi cabeza obsesiva aún conservo detalles que me harían fácil encontrarla, pero una idea me detuvo. ¿Para que?.
Han pasado que, ¿9? ¿Tal vez 10 años?.
¿Para que?
¿Un saludo fugaz? Quizá preguntar por sus padres que seguramente habrán muerto, preguntar por sus hijos que, en realidad, no me importan. ¿Que estoy dispuesto a aportar en su vida como para hacerme presente?, ¿Conozco realmente a esa persona?.
10 años cambian mucho a una persona, y lo único que me impulsa es el recuerdo egoísta en dónde, en mi cabeza ella está ahí, congelada en el tiempo, esperando que yo aparezca con mis problemas de pareja o dudas existenciales, esperando que aquella dulce mujer no tenga nada mejor que hacer que prestar atención a un hombre de 35 años que un día cualquiera tuvo un recuerdo famelico sobre una persona que ya casi había olvidado. 
¿Que estoy dispuesto a aportar en su vida como para hacerme presente?. Los problemas emanan de la tierra como los gases en un vertedero, ¿Acaso realmente creo que ella necesita los míos?, la respuesta es obvia, no.
Y llegados a este punto son bien pocas las cosas que puedo aportar a la vida de alguien, me aislé por una razón, una de ellas era creer que la gente estaba mejor sin mi. Aún lo creo.

Es solo que a veces, muy de vez cuando... me siento muy solo.

jueves, 26 de marzo de 2020

Entrevistas: Fantasma

Inspirado en hechos reales.

Había terminado el desayuno, el café me había subido un poco la temperatura así que fui a abrir la ventana que da al estacionamiento. Ahí lo vi.
Estaba sentado en su camioneta 4x4, una Nissan Kicks del año, de un hermoso color gris y todas las comodidades que él podía costear, y eran muchas. Aún recuerdo cuando llegó por primera vez con el flamante nuevo juguete. Todos en la oficina se sentían felices por él, lo merecía, todos sabían que si. Había trabajado duro, sin descanso con una determinación casi robótica, él era de esa forma. Siempre fue muy querido, buen compañero, no éramos amigos pero alguna vez lo vi con su grupo y parecían muy cercanos. Seguramente despertó más de alguna envidia, pero yo nunca lo supe.
Sólo estaba ahí, sentado, con la mirada perdida. Ido.
Sostenía el volante con sus dos manos fuertemente y si yo hubiese estado más cerca de seguro habría escuchado el rechinar del cuero por la fuerza con que lo retorcía. En su mano izquierda su anillo brillaba; era su argolla de matrimonio, una hermosa pieza artesanal confeccionada en oro blanco de Egipto que tenía tallado un jeroglífo que simbolizaba Amor eterno. Era muy culto.
Todos en la oficina vimos las fotos de su matrimonio, no todos tuvimos la suerte de asistir pero nadie lo culpó, éramos demasiados y con algunos como yo, sólo había hablado cara a cara un par de veces. Pero se sabía el nombre de todos, y eso no sólo era alagador, sino también impresionante.
Las fotos de sus vacaciones y luna de miel también peregrinaron de escritorio en escritorio; arenas blancas y agua de color turquesa, un sol radiante en contraste con el cielo más azul que haya visto jamás. También había fotos de su mujer, quien al parecer no sentía pudor o vergüenza, ni él tampoco por que parecía no molestarle el hecho que todos nos sintieramos excitados con el diminuto bikini blanco de su esposa, y no sólo los hombres, algunas mujeres también. Eran una pareja muy segura de si misma, ella era bellísima y él (aunque cueste admitir) era muy guapo.
Sólo estaba ahí, con la mirada perdida. Yo me hice un poco para atrás, para que no me viera, aunque no hubiera sido diferente. Su mente estaba en otra parte y no habría notado mi presencia, aún así permanecí escondido, no sé muy bien porque, sentí cierta intriga, morbo quizá... no lo sé.

De pronto comenzó. Inclinó la cabeza hacia abajo y con gran furia retorció más y más el volante. En su cuello una enorme vena emergió de la carne y su rostro se volvió rojo, cerró sus ojos muy fuerte, aprietaba sus párpados de forma muy exagerada, como si quisiera hundir sus ojos en el fondo de su cerebro. Sus brazos empezaron a temblar y empezó a dar tirones al volante como si quisiera arrancarlo de su base. Después comenzó a golpear el tablero de su auto con gran violencia. No podía escuchar pero debió gritar y mucho.
Era inquietante.
Sacudía su cabeza de forma frenética, su boca estaba muy abierta y su cuello seguía hinchado, sus brazos seguían en la barbárica acción, vi como sus nudillos sangraban, luego de unos segundos una espuma babosa salió de su boca y comenzó a llorar desconsoladamente. Conforme pasaron los minutos los golpes fueron más esporádicos.
Se empequeñeció. Daba la impresión de ocupar menos espacio, como un niño jugando a conducir un camión. Yo seguía escondido tras la ventana, no daba crédito a lo que habían visto mis ojos, era tan surrealista, tan inverosímil.
—Y, ¿Después?
—Después... Pasaron unos minutos más, ya estaba más calmado, físicamente al menos, ignoro totalmente lo que pasaba por su cabeza, después encendió su auto y se fue de ahí, de forma normal, sin prisas. Ni yo ni nadie lo volvió a ver en días, Sarah de recursos humanos, nos preguntó si alguno sabía algo o si era su amigo en Facebook, ella había tratado de contactarse con él pero no atendía el teléfono, todos negamos algún contacto por redes sociales, lo cuál me pareció curioso que nadie en la oficina fuera su amigo, pero tampoco es obligación, digo, yo casi ni uso el Facebook sabe.
—Señor Martínez, voy a pedirle que no salga de la ciudad por unos días, podría querer hablar con usted nuevamente, y si recuerda algo, aquí está mi tarjeta, no dude en llamar.
—Oficial, ¿Cuántas fueron?
—¿Las puñaladas?, 57. Era una chica bellísima.
—Ojalá lo atrapen.
—En eso estamos señor Martínez, que tenga buena tarde.



miércoles, 11 de marzo de 2020

Último Aliento.

El viaje había estado algo agitado, y otra vez el pequeño Ajhüü no podía conciliar el sueño, se levantó adormilado y emprendió la búsqueda de su padre. El metal del piso se sintió frío y el pequeño se estremeció, continuó su vacilante andar mientras con sus manos se frotaba los ojos.

—No me siento bien —dijo cuando al fin vio a su padre, quien descansaba en una silla mientras sostenía una tableta semi transparente, dejó el aparato a un lado y se arrodilló para quedar a la altura del pequeño.
—¿Estas bien?, déjame revisarte —dijo Ajhüar, mientras que con un parpadeo de sus negros y alargados ojos activó el sensor de su retina. Examinó al niño de arriba a abajo: estructura de ADN, densidad ósea, sistema circulatorio, sistema respiratorio, síntesis proteica, niveles de radiación; buscó bacterias, parásitos, virus, contó glóbulos rojos, blancos y azules, midió temperatura y por último la tasa de crecimiento diario esperado. Todo estaba normal. Quizá sólo sea el viaje —pensó.
En ese momento la madre de Ajhüü y compañera de viaje de Ajhüar entró en la sala.
—Quizá podriamos bajar un poco la velocidad, yo también me siento algo mareada —la dulce voz de Khüov inundó la habitación, como el más fino perfume hecho en las lunas de Vega.
—Creo que será lo mejor —respondió Ajhüar, alzó a su hijo en brazos y lo llevó a descansar—, hazlo—agregó.
Ajhüar salió de la sala.
—Kanary, responde —llamó Khüov.
Si mi señora —respondió la nave.
—Vamos a bajar un poco la velocidad, recupera algo de masa pero calcula cuanto podemos disminuir, no queremos llegar después del evento.
Calculando —hizo una pausa— recuperando un 30% de masa alcanzaríamos un 55% de velocidad en relación a la luz, tomando en cuenta la contracción de longitud entre nuestra posición y el destino, estamos a 1,4 parsecs...
—¿En tiempo kanary? —la interrumpió Khüov.
Según el tiempo atómico universal, llegaríamos a destino dentro de 16 horas, mi señora.
—¿Antes del evento?
—Así es mi señora, antes del evento.
Muy bien, hazlo. Y otra cosa Kanary, ¿Cuántas veces te he dicho que sólo me llames Khüov?, que me digas señora me hace sentir muy vieja.
El señor insistente en que la trate de señora, señora.
Yo me ocupo de él, tu sólo obedece.
Entendido Khüov. Reduciendo velocidad.

En ese momento Khüov, Ajhüar y el pequeño Ajhüü sintieron como una leve opresión en pecho se desvanecia. Llevaban un par de días de viaje y casi se habían habituado a tener esa presión de las fuerzas G interactuando con ellos, el bajar un poco la velocidad les hizo sentir más aliviados, sobre todo al niño, el menos acostumbrado de los cuatro, ya que traslados tan largos o a tales velocidades no eran muy comunes ni necesarios. Kanary tampoco estaba habituada a esos viajes, era una nave antigua de uso casi doméstico, con el espacio justo para que una familia de tres personas no se sintieran como sardinas: tres habitaciones, bodega, cabina y lo típico que tenían las naves del antiguo modelo K-NY. Si bien podía aguantar una que otra travesía por el universo, ese no era  ni de cerca su especialidad, pero ésta era una ocasión especial y requería de todo el empuje que la pequeña Kanary tuviera para dar.
Hace milenios que todas las naves por regla estándar tenían un compensador de masa, lo que hacía posible alcanzar velocidades cercanas a la de la luz, con la tecnología del resonador cuántico alimentado con fusión de Cabalita marciana, las naves podian imitar las propiedades del fotón y con los motores conversores de masa negativa, podían tomar toda la energía oscura del espacio y volverla energía impulsora.

Ajhüar miraba a su pequeño que estaba tendido en su cama, su respirar calmo le parecía hipnótico, con sus ojos recorrió el pequeño cuerpo de su hijo y sintió como el amor se le desbordaba. Justo en ese momento un mensaje apareció en la parte inferior derecha de su campo de visión. Con un pensamiento lo abrió.

—[¿Lo notas?, yo si, ¡mucho mejor!]
—[Pero, ¿Llegaremos a tiempo?]
—[Tu tranquilo, ya me ocupe de eso, ¿Vienes?]
—[Si, voy]

La Conexión Cerebral® obligatoria era mucho más rápida que la comunicación verbal, por eso mismo era muy raro ver a dos personas usando palabras cuando no existía ninguna necesidad de hacerlo, podían mantener una conversación ó incluso intercambiar cientos de datos a una velocidad frenética sin perder un segundo la atención, sus cerebros estaban diseñados y modificados para eso, pero Khüov y Ajhüar amaban lo antiguo, y siempre que estaban uno frente al otro hablaban con su voz, sentían cierto placer en ser los únicos en comunicarse como lo hacían los humanos eones atrás, por esa razón habían retrasado la inserción del cerebro mejorado en el pequeño Ajhüü, y preferían ellos mismos educar a su hijo de manera verbal en vez de verter millones de datos en su cabeza.
Cuando Ajhüar entró a la sala, Khüov estaba recostada leyendo un libro, o la versión digital de uno en su tableta. Su cuerpo alargado ocupaba todo el sillón donde se encontraba. Su piel lampiña era de un tono gris con brillos azulados, aparentaba la delgadez de un perro Galgo de aspecto humanoide, era alta para su raza pero sólo unos centímetros más pequeña que Ajhüar, tenía una leve insinuación de un busto y las caderas levemente más anchas que un hombre, remanentes evolutivos de su antepasado terrícola. Sus ojos eran completamente negros ya que sus pupilas habían ganado terreno y constituían el 70% del órgano ocular, eran grandes, alargados y terminaban en punta, sobre ellos una delgada línea a modo de ceja que respondía más a asuntos estéticos que prácticos. Una nariz casi inexistente con dos pequeñas fosas y un labio superior más desarrollado que el inferior. Las orejas no eran más que un leve brote y su cabeza era completamente calva, un complejo que solucionaron muy elegantemente con el uso de una peluca, en el caso de Khüov, una hermosa melena rubia que le llegaba hasta los hombros. Si algo había sobrevivido a las vicisitudes del tiempo y el espacio a lo largo y ancho de toda la galaxia, era la vanidad femenina.
Khüov se hizo a un lado y con uno de sus cuatro dedos presionó un botón del sillón, lo que hizo que éste se extendiera haciendo espacio para una persona más, con la maniobra su tableta cayó al suelo, Ajhüar se agachó para recoger el aparato y le dio un vistazo rápido mientras se ponía en pie. «Escrito por LG: Proyecto Exodus» ponía la portada.

A pesar de tener miles de relatos y obras las cuales podían ingresar directamente en sus cerebros, bibliotecas enteras con todo el conocimiento adquirido hasta ahora por todas las razas conocidas, ambos gustaban de leer, de sentir como recorrían las palabras escritas y hacer una imagen mental del relato, no sólo adquirir información sin más, sino que revivir experiencias, vivir aventuras, y si eran obras anteriores a la migración de las colonias, tanto mejor.
Ajhüar había crecido en un planeta mercante llamado Qurs-09, estaba formado por un mega continente convertido casi en su totalidad en ciudad, con un enorme puerto espacial donde las naves y los cargueros se abastecían y transaban sus productos. Al crecer se hizo del negocio familiar y se interesó en las antigüedades, adquiriendo los objetos más interesantes y exóticos que se podían encontrar por todo el borde exterior de la constelación de PaX.
Khüov se había dedicado a la arqueología, había crecido en una nave colonia que se había asentado cerca de una de las lunas de Qurs-09, recorría los restos de las colonias de la época de las migraciones buscando objetos y reliquias ó aveces sólo escuchando historias antiguas y absorbiendo sus ruinas culturales, ambos eran amantes del pasado y su unión fue sólo una consecuencia lógica esperando ocurrir, sólo bastó coincidir en el mismo lugar y en el mismo tiempo.

—¿Libro nuevo? —preguntó Ajhüar mientras le entregaba la tableta.
—¿Recuerdas esa nave que la armada de PaX recuperó del borde exterior? —dijo Khüov muy entusiasmada.
—Donde conseguiste esas recetas para el pollo —respondió él.
Khüov ignoró el comentario.
—Una nave muy vieja que estaba a la deriva —continuó ella—, bueno, la cosa es que era más antigua de lo que se pensaba, había estado en el espacio por cientos de años, ¡Quizá miles!, dentro habían un montón de servidores, computadoras antiquísimas de la época de las migraciones o por ahí, y en ellas habían cientos de miles de terabits de datos, ¡Cientos de miles!, muchos escritos y relatos en lenguas muertas, las bitácoras decían que habían captado una señal de algo llamado Internet que viajaba por el espacio hace millones de años, ¿lo puedes creer?, guardaron todos los datos y después cuando lo revisaron ¡Encontraron todo eso y más!, ¡Una verdadera locura! —exclamó la joven.
—Recuerdo que lo mencionaste —dijo Ajhüar en tono divertido—, ¿De ahí salió ese libro? —preguntó.
Ella guardo silencio y miró el escrito que tenía en su mano.
—¿Alguno habrá imaginado éste momento? —preguntó ella, más para si misma que para su acompañante.
—Imagino que si —respondió él.
—Eso espero.
Se abrazaron y se quedaron profundamente dormidos.

Las 16 hrs restantes pasaron rápido y sin darse cuenta se encontraron en su destino: una nebulosa planetaria joven cuyo núcleo solar despedia enormes pulsos de energía, liberando capas externas de su atmósfera al espacio.

Iniciando detención en zona segura —dijo kanary.
—Cuando estés lista lanza la boya.
La nave emitió un sonido y se detuvo lentamente.
Boya lanzada señor, Sistema de Posicionamiento Universal activado.
—¿Alguna señal de Hank?
Kanary hizo una comprobación.
Ninguna señor —respondió, hizo una pausa y agregó—, ¿Quiere que le avise si lo encuentro en la zona?
Si por favor.
Khüov entró a la cabina con Ajhüü en sus brazos.
—¿Ya llegamos?, ¿Llegamos? —exclamó el niño.
—Se despertó muy inquieto —inquirió su madre.
—Así es, ya llegamos —respondió Ajhüar.
—Muestrame, ¿en que parte de la galaxia estamos?, cuéntame, muestrame todo, ¿de ese planeta vino el abuelo? Que grande que es, ¡Y tantas lunas!, y ese gigante azul que está allá, ¿Cómo se llama? —Ajhüü estaba muy emocionado.
—Calma, calma... acompañame y escucha con atención —Ajhüar guió a su hijo a la ventana—, ese planeta que ves ahí, ese gigante gaseoso, es Júpiter.
El pequeño estaba asombrado.
—¿De ahí viene el abuelo?
—No, tu abuelo así como nosotros, nació el Qurs, pero muchos abuelos más atrás, muchos muchos... si —hizo una pausa y llevó la mirada del niño hacia el punto blanco en medio de la nebulosa, y continuó—. Cuando esa pequeña estrella que ves ahí era joven, la humanidad surgió en el tercer planeta, el hijo predilecto del sol, el planeta Tierra, y así fue durante milenios, cuando el combustible del sol se fue agotando y éste se hizo más grande, derritió el hielo de su vecino, Marte, y la humanidad se instaló en ese planeta rojo, y durante mucho tiempo, miles de mineros crearon enormes ciudades, taladraron y sacaron todo el mineral valioso de Marte. Cuando el sol se hizo más grande aún, la humanidad se fue a una de esas lunas de Júpiter, donde el agua se había vuelto líquida.
—¿Y la tierra? —preguntó Ajhüü.
—El sol se tragó los tres primeros planetas, el pequeño Mercurio, la bella Venus, y nuestra querida Tierra. La gente de Marte emigró hacia otros gigantes rocosos donde poder extraer minerales, el resto de personas que llegó a la luna Europa, surgió como comerciantes, y durante milenios la humanidad vivió allí y en otras lunas cercanas. Luego el sol dejó de ser una gigante roja y comenzaron los pulsos, allí fue la época de las migraciones, toda la humanidad que se había instalado en las lunas de Júpiter y Saturno, buscaron mejores lugares donde vivir, nuestro sol era incapaz de sostener la vida, y como la tecnología había alcanzado su punto máximo, los seres humanos se dispersaron por la galaxia. Cientos de naves colonia viajaron durante siglos hasta encontrar un planeta habitable, tu madre nació en una de esas naves.
—Pero la nuestra, llevaba mucho tiempo sin viajar, ya habíamos llegado cuando yo nací —comentó la madre.
—¿Y tu papá? —preguntó el infante, quien oía el relato con suma atención.
—Como te dije, yo, mi padre, y el padre de mi padre nacimos en Qurs. Pero todos nuestros antepasados se remontan hasta acá.
—¿Por eso vinimos?
—Así es —respondió la madre—, luego de los pulsos, el sol fue liberando más y más energía, lanzando parte de él al espacio, de ahí surge esta nebulosa, y durante siglos ha estado agotandose, hasta éste momento, donde pronto emitirá su último pulso.
—¿Y después?
—Después se irá apagando, lenta y pausadamente, hasta volverse una enana negra —respondió él padre.
—Es muy triste —reflexionó el niño, pegando su rostro al cristal mirando la pequeña estrella.
Los tres quedaron en silencio.
18 minutos para el evento, 13 minutos para impacto de onda expansiva —Se escuchó decir a Kanary por los altavoces.
Ajhüar miró la soledad del espacio por la ventana.
—Y parece que seremos los únicos —dijo.
Los tres esperaron junto a la ventana, no pudieron evitar sentir algo de pena al presenciar la muerte definitiva del Sol en tal abandono. Ajhüar abrazó muy fuerte a su familia. Los minutos avanzaban.

Javelyn 7 saliendo del hiperespacio, llamada entrante de: Hank, «El último pirata», señor. —Dijo de pronto Kanary.
Khüov lanzó una enorme carcajada. Que idiota —pensó.
—¡Hola-hola renacuajo! —saludó el recién llegado.
—Hola-hola vaquero —contestó Ajhüar.
Una imagen holográfica apareció en la cabina, en ella, un hombre de mediana edad, de piel blanca y porosa, de cabello natural color castaño, de ojos pequeños y juntos, una pupila pequeña de color tabaco resaltaba en el fondo blanco de sus ojos, de cabeza redonda y orejas pronunciadas, saludó con su extraña mano de cinco dedos y una enorme sonrisa mostrando el blanco de sus dientes.
—Hola Hank —saludó Khüov.
—Hola cariño, ¿Qué tal te trata el sinvergüenza este?
—No me quejo.
—¡Tío Hank!
—¡Hola pequeño Juu!
—Pensé que no llegarías —comentó Ajhüar.
—No me lo perdería por nada.
—Al menos no estaremos solos.
—¿Sólos? ¡Ni de coña!, ya viene la caballería.
—¡¿Qué?!
Multiples naves saliendo del hiperespacio, señor.

Se asomaron rápidamente a la ventana, para presenciar el momento justo en que cientos de naves salían del hiperespacio en enormes destellos de luz, cada una más brillante que la anterior, la nebulosa lucía hermosa: sus grandes nubes azul escarlata de hidrógeno resplandecían con el brillo de las naves entrantes contrastando con la negrura del vacío, el cúmulo de helio dorado que parecía perpetuo, enorme y brillante, cubría la escena de un misticismo peculiar, una sensación de presenciar un evento único en la simple e insignificante vida de un individuo, el universo muchas veces testigo, regalaba esta hermosa postal a quien quisiera mirar, el pequeño sol, blanco y brillante preparaba su despedida, un último suspiro, un aliento final antes de desaparecer de la existencia.
Poco a poco el espacio quedó cubierto por gigantes metálicos provenientes de todos los rincones de la galaxia: la gran nave minera de los descendientes humanos de Marte, Cerberus Bae III proviniente del gigante rocoso de Endor-4; Fragatas de batalla del Escuadrón Fantasma de Elora Danna; Tres corbetas oficiales del Imperio de la lejana galaxia de Trántor; El maravilloso Estrella de la mañana, un enorme crucero de lujo de casi 5000 pies de eslora y una capacidad de más de 1500 almas; Enormes buques y cargueros de la armada Coreliana descendientes de los primeros colonos; Naves insignia de los representantes de la estación de comercio Saturno 1 de los humanos descendientes de sus lunas; La Kgöör X; La Hyperion; La Destiny; Agregados culturales de la Omza Uni viajando en Pez 3ro; El Destructor de Lunas del Caballero de la Ceniza del antiguo ejército de Júpiter; representantes humanos de las colonias en el sistema Sagan; turistas y curiosos; y todo aquel que de una forma u otra sintiera que era su deber presenciar ese momento, por toda la humanidad que cubre el universo.
Y tal como hace millones de años atrás, y a pesar de las diferencias culturales y evolutivas, todos ellos no eran más que un grupo de personas presenciando un evento antológico imperdible.

Último pulso solar emitido, capas externas de atmósfera agotadas, el brillo y onda de choque serán perceptibles en cuatro minutos y cincuenta y ocho segundos, energía de escudos al 100%, preparados para impacto.

Ajhüar que sostenía la mano de Khüov se agachó hasta la altura de su hijo y le dijo:

—Nunca olvides que estamos aquí para decir adiós, pero más que eso, estamos todos aquí para recordar, recordar de donde vinimos y ver hasta donde hemos llegado, nada de esto hubiera sido posible si nuestros antepasados no hubieran soñado con conquistar el espacio, más allá de las inminentes catástrofes, el deseo irrefrenable de llegar donde nadie antes había llegado, de surcar esos cielos vírgenes sin temor a lo desconocido, de subir montañas solo para ver que hay más allá, cada vida perdida, cada viaje realizado, cada invento, cada idea nos volvió quienes somos, y está en nuestras manos hacer que todos esos sacrificios hayan valido la pena, ese deseo, esa pasión, esa esperanza, es el más grande legado que nos pudo dejar la humanidad, por eso estamos hoy aquí, estamos todos aquí, no sólo para decir adiós, sino también para decir gracias.
—Nunca lo olvidaré papá.






















lunes, 9 de marzo de 2020

Sin testigos

La Policía llegó como cada noche, y como cada noche, se dirigieron al lugar donde pernoctaba el grupo de indigentes. Ocultos en las sombras los desdichados hombres conocían la rutina: los cuarto oficiales los golpearían, les arrojarían al suelo la poca comida que hubieran logrado conseguir a lo largo del día, después entre risas y burlas los orinarían.
Los cuatro ya habían perdido totalmente el sentido de la moral, era casi un deber para ellos maltratar a esos despojos que afeaban su decadente ciudad, para ellos era un derecho adquirido por pertenecer a tal noble institución como lo era el Cuerpo de Carabineros.
Ya no se molestaban en revisar si alguien más los observaba, si algún distraído transeúnte pasaba de forma casual, ya no inventaban alguna excusa para tales salidas nocturnas o desvíos en sus rutas de patrulla, ya no se molestaban en advertir al quinto de ellos, el que esperaba en el vehículo oficial y que se negaba a participar, que debía guardar silencio y no denunciarlos. Lo habían obligado a presenciar más de un acto de barbarie, lo habían vuelto un espectador, un abusador pasivo, un cómplice, y tristemente el novato sabía que su versión no calaría en los oídos de los oficiales superiores. Decidió no abrir la boca y tampoco participar.

Con las herramientas otorgadas por estado, uno de ellos propició el primero de los golpes, ésta vez el bulto humano que figuraba encapullado no emitió ruido, el hombre golpeó otra vez esperando conseguir un gemido de dolor que acusara recibo, pero no lo hubo.
Las miradas de los cuatro oficiales se cruzaron rápidamente.

—Quizá murió de hambre —dijo el hombre con la porra en la mano, en tono divertido.
—Eso no nos conviene —intervino otro.
—A quien le importan esos tipos, nadie los quiere, ¡son basura!, están aquí por algo.
—Y ¿Porque sería?
—¡Por que son basura!, porque nadie los quiere.
—Muy brillante realmente.
Ambos guardaron silencio.
—Todos están cubiertos —dijo el tercero mientras con su linterna, buscaba un rostro entre las camas improvisadas.
—Y hay muy pocos. ¿Ayer cuántos eran?
—Maldita escoria —dijo el primero en un murmullo—, éste huele a mierda.
El de la linterna iluminó aquel cuerpo que figuraba quieto, cubierto y sin emitir sonido, frente al oficial que le había golpeado dos veces sin respuesta.
—Revisalo —ordenó el segundo.
El agresor lo hizo.
—Deberíamos dejar todo y volver —dijo el cuarto que hasta entonces había guardado silencio—, ésto no me gusta un pelo.
El cuarto y el de la linterna se voltearon y miraron al segundo, que según parecía, era quien indicaba las órdenes, la luz de la linterna le impacto en el rostro.
—¡Quita esa puta mierda de mi car
Un grito de dolor le impidio terminar la frase, el primero de ellos yacía tendido en el suelo, sus manos cubrían su rostro mientras se revolcaba en el suelo, un fuerte siseo y un olor a carne chamuscada inundaron rápidamente el lugar, los otros tres atónitos sin entender que pasaba se miraron perplejos, el de la linterna iluminó el bulto del suelo pero sólo vio una humeante jeringa vacía, el ocupante de aquel capullo se había esfumado como un fantasma, todos giraron en redondo mientras el herido aún bramaba de dolor y rabia lanzando improperios y juramentos al aire.
De las camas capullo restantes emergieron tres hombres a una velocidad endemoniada, uno de ellos golpeó fuertemente al de la linterna en la rodilla con un tubo de metal, al crujir de la articulación lo acompañó un grito ahogado de dolor. La luz figuraba en el suelo junto con su portador, sus compañeros pudieron ver el terror el los ojos de aquel desdichado y golpeado hombre.
Uno a uno fueron cayendo, los gritos de los oficiales sólo duraron unos segundos hasta que cada uno cayó en la inconsciencia. Los golpes continuaron unos minutos más, primero sólo se oía el metal contra los carne, luego fue contra el hueso.
Alejado unos metros de ahí, escondido en las sombras, el novato había presenciado todo, estaba magullado y golpeado, con una mordaza en la boca y ambas extremidades atadas. Lo habían traído maniatado desde el auto oficial donde solía esperar, para que hiciera lo que mejor sabía hacer, mirar y callar.
Cuando hubieron acabado con los cuatro, sumaron al novato al grupo, y de un fuerte mazazo, le rompieron la mandíbula.
Aquello no era un acto de barbarie sin más, era una declaración política, era un escarmiento para que Estado tuviera más cuidado con el largo de la correa de sus perros.
Horas más tarde, cuando el sol iba ganando metros y la noche ya menguaba, cinco cuerpos fueron encontrados frente al Palacio de Gobierno, inertes cuerpos pálidos con sus cabezas reventadas y parte de sus cráneos expuestos, sus ojos habían sido removidos de sus cuencas, habían sido golpeados hasta que todo rastro de vida había abandonomado sus débiles cuerpos, la mano derecha de cada uno había sido cortada a golpes que proyectaban gran furia, desnudos, castrados, rígidos y amoratados, yacían en el suelo de una somnolienta cuidad.
Mientras la prensa tradicional, los medios digitales y la prensa sensacionalista a primera hora difundian la noticia con sumo cuidado de no herir las sensibilidades ajenas, el general de Carabineros se apersonaba en el edificio estatal para confiscar las cintas de las cámaras de vigilancia de los parques de alrededor y del frontis de la Moneda, su rostro de tiñó de rabia cuando se dio cuenta que dichas cintas habían sido robadas de ambos edificios donde estaban contenidas, y en su lugar, sólo encontró un amarillento papel con la consigna «La revolución ha empezado».

Actos del mismo calibre habían sido replicados la misma noche, donde cientos de oficiales encontraron la muerte como compensación por sus actos de abuso, donde los cómplices fueron igualmente ejecutados como castigo por su silencio.
Aquella noche fue la primera más no la única, fue la que dio inicio al caos y el descontrol, la que sumió a la fuerza policial y al Estado mismo en el terror, la que finalmente sería conocida como «La noche de los ejecutados».

viernes, 6 de marzo de 2020

Tono perdido

Nunca había reparado en la crueldad con la que aquel espejo me devolvía la mirada. Triste.
La verdad sin empatía solo equivale a crueldad, y aquel espejo lo era.
Vi mi rostro apagado y cansado, mis ojos melancólicos y húmedos, mi rostro ordinario y mi cabello desarreglado.
Distingui algo brillante, un largo cabello de plata refugiado en la mermada multitud, una cana que viene a recordar el implacable paso del tiempo, vi vejez será como un crudo invierno, y se acerca como tal, frío, silencioso e imparable.
Vi mi rostro y mi consuelo fue el mismo de tantas otras ocasiones: en cien años más, a nadie le importará.
Que poca cosa se vuelve la realidad cuando planteas tus problemas de esa forma, siempre me sentí abstracto. De adolescente me metí en los videojuegos donde la realidad es distinta, nunca juegos violentos, sino aquellos que ofrecían una historia épica, un mundo a explorar, aventuras que vivir, reinos que necesitan ser salvados, princesas en apuros y protagonistas carismáticos. Pero eventualmente todo eso acabo, el mundo se hizo pequeño, las aventuras ya no eran tal, los reinos... Las princesas...

Y me metí en los libros. Portales encuadernados, portadores de mundos, contadores de aventuras, gastadores de amores.

Los relatos fueron cayendo uno a uno de forma implacable, las obras se fueron acumulando y mis fervientes ganas de escribir se fueron acrecentando hasta germinar en tres ideas. Y puesto a andar aquel molino negro, todo tuvo sentido otra vez. Y me puse a escribir.


Laura (Cap 1 en proceso)

El contacto de sus pies descalzos con el concreto le provocó un escalofrío que le recorrió la espina, había perdido mucho peso en las últimas semanas y su escueta figura ya no podía generar tanto calor. Su piel, blanca como el papel, se señia a sus huesos envejeciendo su semblante, sus brazos y piernas eran alambres y sus costillas se dibujaban como las nervaduras de una hoja de otoño. La hermosa rubia había tenido momentos mejores, mucho mejores que los actuales, rodeada de amigos, siendo querida y amada, totalmente diferente al olvido al que se veía ahora enfrentada.
Desde la azotea del quinto piso se podía ver el amanecer de una ciudad somnolenta, la nieve que había caído días antes dotaba el horizonte de una humedad que hacía que aquella postal pareciera un sueño.
Despojada de ropa, presentó su humanidad a la luz del sol, éste la bañó y abrigó con ternura, ella cruzó sus brazos en su pecho y se acurrucó con el tibio calor del astro en una actitud infantil y juguetona. Sonrió.
Se acercó a la baranda.
La idea de ver a la gente de abajo como pequeñas hormigas grises le hizo gracia, imaginó que su dedo gigante pudiera interferir en sus rutinas, sacarlos del estado zombie. Los imaginó corriendo despavoridos.
De un salto casi sin esfuerzo quedó sentada sobre la balaustrada, sus pies fríos colgaban, sus manos se aferraban al metal por miedo a que una brisa la elevara lanzándola al vacío. No aún —pensó.

¡TAC!  Un fuerte golpe la sorprendió desde el otro lado de la puerta, ¡TAC!—otro.

—Laura, ¿Estás ahí?, soy yo David.
Aunque sabía que David no podía verla, ella solo negó con la cabeza.
¡TAC!
—Ya vete —respondió al fin.
—¿Que estas haciendo?, ¡sabes que no puedes estar ahí!
¡TAC!
Volvió a negar con la cabeza, su melena rubia parecía suspenderse en el aire.
—Tiempo —dijo, más para si misma que para su perseguidor.
¡TAC! —la puerta empezaba a ceder.

Se puso de pie apoyada en la pequeña cornisa y extendió los brazos, pensó en Yóshiko, un personaje de un libro que había llegado a sus manos. Yóshiko era la hija del embajador japonés en España,  desde pequeña había sufrido abandono de sus progenitores, ya sea por temas laborales ó también culturales. Yóshiko resulta secuestrada y siente pena de morir, no por que su existencia llegara a un fin, sino por no decidir ella como y cuando. Yóshiko promete que, de salir viva de ahí, su vida acabaría bajo sus términos. Eso le dio a Laura la inspiración y la fuerza necesaria para hacer lo que estaba apunto de hacer, su vida acabaría bajo sus términos.
¡TAC! —giró levemente su cabeza, casi había olvidado a David. Pobre David.

Ya le había hecho daño a muchas personas, y David sólo venía a engrosar la lista, lo había manipulado, lo había engañado y lo peor, le había dado algo que ella misma carecía, esperanza.
El joven enfermero era la nueva adquisición del Centro de Tratamiento para Trastornos Juveniles «Dr. Daniel Kahneman», recién egresado de la Universidad, el centro había confiado en sus capacidades, con una hoja perfecta y buenas aptitudes tendría una larga y duradera carrera. De no ser por Laura.
La primera vez que se habían encontrado fue el primer día de David en el centro; el Doctor Johnson, un hombre mayor, muy dulce, simpático y alegre, dueño de una barriga enorme y un bigote gracioso, le mostraba el lugar al joven, cuando coincidieron en la sala común, después de una actividad donde se podían ver unos animales proyectados en el muro.

—¡Venga!, ¡venga! —el doctor movía la mano de forma enérgica—, pase acá, ésta es la sala común, acá se pueden hacer muchas actividades, no tiene un propósito establecido, por eso le pusimos «sala común» —el hombre lanzó una risotada.
—Si, se nota que...—el joven no terminó la frase.
Ambos notaron que no estaban solos.
—Laura, niña, ¿Qué haces aquí sola?
—Fotos —respondió la joven, con una actitud sumisa, no miro a ninguno de los hombres a los ojos.
—Parece que está ordenando las diapositivas —intervino David.
—Dame acá niña, yo me encargo, Laura te presento al joven David, espero que se lleven bien y puedan ser buenos amigos —dijo el doctor, mientras tomaba las diapositivas se forma caótica y desprovisto de todo cuidado.
—Hola... —dijo David, buscando un rostro bajo esa maraña de pelo rubio.

Laura era algo baja de estatura para su edad, apenas pasaba los 20 años, usaba un vestido de tiritas de gasa blanco, largo hasta las rodillas, parecía flotar con cada paso de la muchacha. El pelo rubio como el sol le llegaba hasta sus huesudos hombros. No cabía duda que la chica era hermosa, pero su físico calaverico la dotaba de un aire enfermizo, que impactaba en un primer encuentro.

Sin levantar su rostro, Laura se puso de pie junto a David, extendió su mano apuntando al doctor que había dejado la sala y caminaba por el pasillo buscando a alguien a quien pasar el tumulto de fotos.
—Harry Potter —dijo Laura mientras esbozaba una sonrisa.
—Harry... ¿Potter? —se preguntó David  que pareció no entender la referencia. Se volteó a mirar al doctor, muy intrigado por la aseveración de la joven.
En ese instante Laura se para sobre la punta de sus pies y le da un tibio beso en la mejilla, un beso que duró más de lo que David estaba acostumbrado, el joven dió un sobresalto y antes que pudiera voltear a mirar, Laura había salido corriendo de la sala, su andar era ligero como el de una gacela, David reparó en los pies descalzos de la joven Laura, sus pasos se sentían como las gotas de lluvia que amaina. Pasó junto al doctor Johnson que se había entretenido conversando con una enfermera, su risa se percibía desde todos lados del pasillo, Laura giró sobre sus pies y miró a David.
—Harry Potter —dijo la joven, apuntando al gordo risueño, con una voz casi inaudible, pero con un amplio movimiento de labios.
David miró a la joven y luego al doctor, era obvio, era idéntico al tío Vernon, el tío de Harry Potter.
David, preso de la sorpresa no pudo sino lanzar una enorme carcajada. La chica tenía razón.
Cuando se repuso, Laura había desaparecido.

Los días posteriores volvieron a encontrarse, el Centro si bien era un edificio espacioso, no dejaba de ser un recinto cerrado, y la cantidad de gente que atendía no era mucha. La gran mayoría eran jóvenes con problemas de drogas cuyas familias adineradas no querían figurar en el escrutinio público, prefiriendo el hermetismo que el Centro ofrecía.
El lugar era un gran edificio de arquitectura victoriana de 5 pisos de altura que abarcaba una casi una manzana completa, como el Hotel Russell en Londres ó el edificio de la Armada de Chile en Valparaíso.
Su forma de herradura permitía que desde todas las habitaciones fuera visible el pequeño jardín interior que el Centro poseía, unos doscientos metros cuadrados de verdes pastos, adornados con bancas de granito blanco, unos cuantos cerezos que, llegada la primavera, tornaban el jardín con un aire oriental, unos arbustos tupidos que servían de barda y en el centro, una fuente de tres niveles tallada en piedra del Dios Júpiter.
El segundo encuentro de ambos fue justamente en el jardín, Laura en compañía de otra chica se divertían haciendo un picnic, tomando algo de sol y riendo. David las vio desde lejos y pensó en acercase, las chicas lo vieron venir y las risas cesaron.

—Buenas tardes —saludó el joven educadamente
—¿Que quieres?, ¿¡Crees que esto es una discoteca?! —fue Laura la que respondió, ésta vez muy agresiva.
—Lo...lo siento... Yo no pretendía... —David se sintió confundido.
—No pretendías ¿Qué?
—Lo siento...
—Deberías estar trabajando, ¿No es acaso lo que haces aquí?, trabajar. —La joven Laura se levantó y echó a correr.
David la vio alejarse.
—No es tu culpa, de niña veía la televisión desde muy cerca —dijo la acompañante de Laura.
—¿Qué cosa? —el joven parecía aún más confundido.
—Laura, de niña miraba el televisor desde muy cerca, esas cosas dañan tú cerebro ¿Sabes?
David ignoro el comentario.
—No nos han presentado, soy David
—Lo sé, soy Gina —la joven que aún estaba sentada en el pasto extendió su mano en señal de saludo— no le hagas caso, ya se le pasará, éste lugar es un manicomio ¿Lo sabes verdad? —agregó.

Marcus. (extracto del libro La verdad sobre el caso Harry Quebert)

—Recuerdo cuando eras estudiante y venías al Clark’s con Harry para corregir tus textos. Te hacía trabajar como a una mula. Os pasabais horas allí, en su mesa, releyendo, tachando, volviendo a empezar. Recuerdo que en tus temporadas aquí se os veía a ti y a Harry salir a correr al alba con esa disciplina de hierro. Cuando venías, resplandecía, ¿sabes? Cambiaba radicalmente. Y todo el mundo sabía que ibas a venir porque ya estaba anunciándolo días antes. Repetía: «¿Ya os he dicho que Marcus viene a visitarme la semana que viene? Menudo tipo extraordinario. Llegará lejos, lo sé». Tus visitas le cambiaban la vida. Tu presencia le cambiaba la vida. Porque nadie dudaba de lo solo que se sentía Harry en su gran casa. El día que entraste en su vida, desordenaste todo. Fue un renacimiento. Como si el viejo solitario hubiese conseguido que alguien le quisiese. Tus estancias aquí le venían muy bien. Después, cuando te ibas, nos seguía dando la lata: Marcus por aquí, Marcus por allá. Estaba tan orgulloso de ti. Orgulloso como un padre puede estarlo de su hijo. Eras el hijo que nunca tuvo. Hablaba de ti todo el rato: nunca dejaste Aurora, Marcus. Y entonces, un www.lectulandia.com - Página 121 día, te vimos en el periódico. El fenómeno Marcus Goldman. Había nacido un gran escritor. Harry compró todos los periódicos del supermercado, invitó a rondas de champán en el Clark’s. Por Marcus, ¡hip, hip, hurra! Y te vimos en la tele, te escuchamos en la radio, en todo el país no se hablaba más que de ti y de tu libro.
Compró docenas de ejemplares, los regalaba a todo el mundo. Y nosotros le preguntábamos cómo te iba, cuándo te volveríamos a ver. Y él respondía que seguro que estabas bien, pero que no sabía mucho de ti. Que debías de estar muy ocupado.
Dejaste de llamar de la noche a la mañana, Marc. Estabas tan ocupado haciéndote el importante, saliendo en los periódicos y hablando en la televisión, que le abandonaste. No volviste por aquí. Él, que estaba tan orgulloso de ti, que esperaba una pequeña señal por tu parte que nunca llegó. Lo habías conseguido, te habías ganado la gloria, así que ya no le necesitabas.
—¡Eso no es verdad! —exclamé—. Me dejé llevar por el éxito, pero pensaba en él. Todos los días. No tuve ni un segundo libre.
—¿Ni siquiera un segundo para llamarle?
—¡Por supuesto que le llamé!
—Le llamaste cuando estabas con la mierda hasta el cuello, eso fue. Porque después de haber vendido no sé cuántos millones de libros, al señor gran escritor le dio el canguelo y ya no supo qué más escribir. Ese episodio también lo vivimos en directo, así es como lo sé. Harry, en la barra del Clark’s, muy inquieto porque acaba de recibir una llamada tuya, que estás muy deprimido, que ya no tienes ideas para escribir, que tu editor se va a quedar con tu querida pasta. Y de pronto apareces de nuevo en Aurora, con tus ojos de perro apaleado, y Harry haciendo todo lo posible por subirte la moral. Pobre escritorcillo infeliz, ¿sobre qué vas a escribir? Hasta que se produce el milagro, ya hace dos semanas: estalla el escándalo y ¿quién reaparece por aquí? El bueno de Marcus. ¿Qué coño estás haciendo en Aurora, Marcus?
¿Buscar inspiración para tu próximo libro?

Buey (escrito antiguo)

—Voy a tener sexo con la primera que se me cruce —se dijo así mismo, con vehemencia.
—(¿Así de fácil?)
—Si. ¿Porque?
—(¿Ya te viste en un espejo?)
—¿Qué...Que tengo de malo?
—(No nada, sólo preguntaba)
—Si, bueno... tal vez no estoy como a los 20
—(Eras horrible a los 20)
—¿30?
—(Ya déjalo)
—Mi mujer cree que es fácil, siempre cree que me iré con alguna jovencita...
—(Sabe que es imposible)
—¿Así de mal?
—(Si)
Silencio.
—Entonces... ¿que hago?
—(Lo de siempre, tu rutina. Agacha la cabeza y sigue para adelante, como los bueyes)
—¿Será lo mejor?
—(Si)
—¿Cómo lo sabes?
—(Porque yo, soy tú)
Silencio.
—¿No tengo esperanza?
—(¿Esperanza? Que tienes... ¿5 años?, anda... da la vuelta... volvamos a casa)

miércoles, 12 de febrero de 2020

Cuento 1, (título provisorio)

—¿Porque quieren ser escritores?
El auditorio en pleno guardó silencio ante la pregunta del profesor.
—¿Nadie? —agregó.
Caleb al fondo, levantó la mano de forma tímida.
—Yo no quiero ser escritor, profesor.
—Entonces, ¿Qué hace usted en mi clase?
—Quiero aprender a escribir bien, o de forma decente, al menos —respondió con insultante sinceridad.
El veterano académico inclinó su cabeza hacia adelante, bajó levemente sus anteojos y observó al joven con mirada inquisitiva.
—¿Porque quiere usted aprender a escribir de forma decente, señor Rohan?
El ruido del movimiento de las sillas fue corto y severo, preciso. En un segundo todo el auditorio prestaba atención a las palabras que emitiría el joven Caleb, como un depredador que acecha a una presa, o un monstruo apunto de devorar a algún niño ingenuo mientas revisa bajo la cama.
Caleb sintió el peso aplastante de las miradas de sus compañeros de clase, la boca le supo amarga, a ceniza, sentía sus latidos desde las cienes hasta las yemas de los dedos. ¿En qué estaba pensando cuando decidió levantar la mano?, él no era así. Tampoco había sido el mismo desde aquella tarde de verano que pasó con Penny.
Penny —pensó, al tiempo que la buscaba con la mirada. Estaba en el mismo asiento que había ocupado desde hace ya dos semestres, desde aquel primer día cuando la vio por primera vez, desde que se enamoró. Cuando sus ojos se encontraron ella lo tranquilizó con una sonrisa, y sin emitir sonido alguno, con sus labios le dibujó la palabra «contesta».

—Por que  lo necesito —respondió al fin—. Necesito aprender a escribir para poder sacar esas voces de mi cabeza. Cada día —continuó—, imagino personas, lugares, conversaciones, historias, y tengo que plasmarlas en algún lugar, cada día vivo diferentes vidas con diferentes personas, cada día sufro con sus penas, añoro sus recuerdos y revivo sus memorias —hizo una pausa—, tengo que sacarlas o me vuelveré loco. Necesito escribir. Y anhelo hacerlo bien. O de forma decente, al menos.
—¡Ve a terapia! —se escuchó desde el anonimato de la multitud.
Toda la sala estalló en risas.
—¡Anormal! —dijo otro.
—¡Esquizofrénico! —Grito otro, aún más lejos.
Caleb, lejos de sentir vergüenza, se sintió muy bien, orgulloso y tranquilo, miró a Penny quien le demostraba alegría en sus ojos y él le devolvió esa alegría mientras le sostenía la mirada.
—Y quizá —la voz grave y poderosa del profesor McNamara corto las risas como un láser corta la mantequilla—, sea usted el único que consiga volverse un escritor de entre toda esta manga de chimpancés, señor Rohan.
Silencio.
—Gracias.
Más silencio.
—No me lo agradezca, ser decente entre la mediocridad no es un logro, señor.
—Entendido profesor.
Podía parecer que no, pero para Caleb y viniendo de su profesor de literatura Joseph McNamara, uno de los autores más influyentes de la última mitad del siglo, aquello era todo un elogio.
La vuelta a clases empezaba de forma muy vertiginosa, más de lo que Caleb le hubiese gustado, pero él había cambiado, el verano había dejado frutos, él ya no era el mismo y el mundo entero debía enterarse.