jueves, 26 de marzo de 2020

Entrevistas: Fantasma

Inspirado en hechos reales.

Había terminado el desayuno, el café me había subido un poco la temperatura así que fui a abrir la ventana que da al estacionamiento. Ahí lo vi.
Estaba sentado en su camioneta 4x4, una Nissan Kicks del año, de un hermoso color gris y todas las comodidades que él podía costear, y eran muchas. Aún recuerdo cuando llegó por primera vez con el flamante nuevo juguete. Todos en la oficina se sentían felices por él, lo merecía, todos sabían que si. Había trabajado duro, sin descanso con una determinación casi robótica, él era de esa forma. Siempre fue muy querido, buen compañero, no éramos amigos pero alguna vez lo vi con su grupo y parecían muy cercanos. Seguramente despertó más de alguna envidia, pero yo nunca lo supe.
Sólo estaba ahí, sentado, con la mirada perdida. Ido.
Sostenía el volante con sus dos manos fuertemente y si yo hubiese estado más cerca de seguro habría escuchado el rechinar del cuero por la fuerza con que lo retorcía. En su mano izquierda su anillo brillaba; era su argolla de matrimonio, una hermosa pieza artesanal confeccionada en oro blanco de Egipto que tenía tallado un jeroglífo que simbolizaba Amor eterno. Era muy culto.
Todos en la oficina vimos las fotos de su matrimonio, no todos tuvimos la suerte de asistir pero nadie lo culpó, éramos demasiados y con algunos como yo, sólo había hablado cara a cara un par de veces. Pero se sabía el nombre de todos, y eso no sólo era alagador, sino también impresionante.
Las fotos de sus vacaciones y luna de miel también peregrinaron de escritorio en escritorio; arenas blancas y agua de color turquesa, un sol radiante en contraste con el cielo más azul que haya visto jamás. También había fotos de su mujer, quien al parecer no sentía pudor o vergüenza, ni él tampoco por que parecía no molestarle el hecho que todos nos sintieramos excitados con el diminuto bikini blanco de su esposa, y no sólo los hombres, algunas mujeres también. Eran una pareja muy segura de si misma, ella era bellísima y él (aunque cueste admitir) era muy guapo.
Sólo estaba ahí, con la mirada perdida. Yo me hice un poco para atrás, para que no me viera, aunque no hubiera sido diferente. Su mente estaba en otra parte y no habría notado mi presencia, aún así permanecí escondido, no sé muy bien porque, sentí cierta intriga, morbo quizá... no lo sé.

De pronto comenzó. Inclinó la cabeza hacia abajo y con gran furia retorció más y más el volante. En su cuello una enorme vena emergió de la carne y su rostro se volvió rojo, cerró sus ojos muy fuerte, aprietaba sus párpados de forma muy exagerada, como si quisiera hundir sus ojos en el fondo de su cerebro. Sus brazos empezaron a temblar y empezó a dar tirones al volante como si quisiera arrancarlo de su base. Después comenzó a golpear el tablero de su auto con gran violencia. No podía escuchar pero debió gritar y mucho.
Era inquietante.
Sacudía su cabeza de forma frenética, su boca estaba muy abierta y su cuello seguía hinchado, sus brazos seguían en la barbárica acción, vi como sus nudillos sangraban, luego de unos segundos una espuma babosa salió de su boca y comenzó a llorar desconsoladamente. Conforme pasaron los minutos los golpes fueron más esporádicos.
Se empequeñeció. Daba la impresión de ocupar menos espacio, como un niño jugando a conducir un camión. Yo seguía escondido tras la ventana, no daba crédito a lo que habían visto mis ojos, era tan surrealista, tan inverosímil.
—Y, ¿Después?
—Después... Pasaron unos minutos más, ya estaba más calmado, físicamente al menos, ignoro totalmente lo que pasaba por su cabeza, después encendió su auto y se fue de ahí, de forma normal, sin prisas. Ni yo ni nadie lo volvió a ver en días, Sarah de recursos humanos, nos preguntó si alguno sabía algo o si era su amigo en Facebook, ella había tratado de contactarse con él pero no atendía el teléfono, todos negamos algún contacto por redes sociales, lo cuál me pareció curioso que nadie en la oficina fuera su amigo, pero tampoco es obligación, digo, yo casi ni uso el Facebook sabe.
—Señor Martínez, voy a pedirle que no salga de la ciudad por unos días, podría querer hablar con usted nuevamente, y si recuerda algo, aquí está mi tarjeta, no dude en llamar.
—Oficial, ¿Cuántas fueron?
—¿Las puñaladas?, 57. Era una chica bellísima.
—Ojalá lo atrapen.
—En eso estamos señor Martínez, que tenga buena tarde.