viernes, 6 de marzo de 2020

Laura (Cap 1 en proceso)

El contacto de sus pies descalzos con el concreto le provocó un escalofrío que le recorrió la espina, había perdido mucho peso en las últimas semanas y su escueta figura ya no podía generar tanto calor. Su piel, blanca como el papel, se señia a sus huesos envejeciendo su semblante, sus brazos y piernas eran alambres y sus costillas se dibujaban como las nervaduras de una hoja de otoño. La hermosa rubia había tenido momentos mejores, mucho mejores que los actuales, rodeada de amigos, siendo querida y amada, totalmente diferente al olvido al que se veía ahora enfrentada.
Desde la azotea del quinto piso se podía ver el amanecer de una ciudad somnolenta, la nieve que había caído días antes dotaba el horizonte de una humedad que hacía que aquella postal pareciera un sueño.
Despojada de ropa, presentó su humanidad a la luz del sol, éste la bañó y abrigó con ternura, ella cruzó sus brazos en su pecho y se acurrucó con el tibio calor del astro en una actitud infantil y juguetona. Sonrió.
Se acercó a la baranda.
La idea de ver a la gente de abajo como pequeñas hormigas grises le hizo gracia, imaginó que su dedo gigante pudiera interferir en sus rutinas, sacarlos del estado zombie. Los imaginó corriendo despavoridos.
De un salto casi sin esfuerzo quedó sentada sobre la balaustrada, sus pies fríos colgaban, sus manos se aferraban al metal por miedo a que una brisa la elevara lanzándola al vacío. No aún —pensó.

¡TAC!  Un fuerte golpe la sorprendió desde el otro lado de la puerta, ¡TAC!—otro.

—Laura, ¿Estás ahí?, soy yo David.
Aunque sabía que David no podía verla, ella solo negó con la cabeza.
¡TAC!
—Ya vete —respondió al fin.
—¿Que estas haciendo?, ¡sabes que no puedes estar ahí!
¡TAC!
Volvió a negar con la cabeza, su melena rubia parecía suspenderse en el aire.
—Tiempo —dijo, más para si misma que para su perseguidor.
¡TAC! —la puerta empezaba a ceder.

Se puso de pie apoyada en la pequeña cornisa y extendió los brazos, pensó en Yóshiko, un personaje de un libro que había llegado a sus manos. Yóshiko era la hija del embajador japonés en España,  desde pequeña había sufrido abandono de sus progenitores, ya sea por temas laborales ó también culturales. Yóshiko resulta secuestrada y siente pena de morir, no por que su existencia llegara a un fin, sino por no decidir ella como y cuando. Yóshiko promete que, de salir viva de ahí, su vida acabaría bajo sus términos. Eso le dio a Laura la inspiración y la fuerza necesaria para hacer lo que estaba apunto de hacer, su vida acabaría bajo sus términos.
¡TAC! —giró levemente su cabeza, casi había olvidado a David. Pobre David.

Ya le había hecho daño a muchas personas, y David sólo venía a engrosar la lista, lo había manipulado, lo había engañado y lo peor, le había dado algo que ella misma carecía, esperanza.
El joven enfermero era la nueva adquisición del Centro de Tratamiento para Trastornos Juveniles «Dr. Daniel Kahneman», recién egresado de la Universidad, el centro había confiado en sus capacidades, con una hoja perfecta y buenas aptitudes tendría una larga y duradera carrera. De no ser por Laura.
La primera vez que se habían encontrado fue el primer día de David en el centro; el Doctor Johnson, un hombre mayor, muy dulce, simpático y alegre, dueño de una barriga enorme y un bigote gracioso, le mostraba el lugar al joven, cuando coincidieron en la sala común, después de una actividad donde se podían ver unos animales proyectados en el muro.

—¡Venga!, ¡venga! —el doctor movía la mano de forma enérgica—, pase acá, ésta es la sala común, acá se pueden hacer muchas actividades, no tiene un propósito establecido, por eso le pusimos «sala común» —el hombre lanzó una risotada.
—Si, se nota que...—el joven no terminó la frase.
Ambos notaron que no estaban solos.
—Laura, niña, ¿Qué haces aquí sola?
—Fotos —respondió la joven, con una actitud sumisa, no miro a ninguno de los hombres a los ojos.
—Parece que está ordenando las diapositivas —intervino David.
—Dame acá niña, yo me encargo, Laura te presento al joven David, espero que se lleven bien y puedan ser buenos amigos —dijo el doctor, mientras tomaba las diapositivas se forma caótica y desprovisto de todo cuidado.
—Hola... —dijo David, buscando un rostro bajo esa maraña de pelo rubio.

Laura era algo baja de estatura para su edad, apenas pasaba los 20 años, usaba un vestido de tiritas de gasa blanco, largo hasta las rodillas, parecía flotar con cada paso de la muchacha. El pelo rubio como el sol le llegaba hasta sus huesudos hombros. No cabía duda que la chica era hermosa, pero su físico calaverico la dotaba de un aire enfermizo, que impactaba en un primer encuentro.

Sin levantar su rostro, Laura se puso de pie junto a David, extendió su mano apuntando al doctor que había dejado la sala y caminaba por el pasillo buscando a alguien a quien pasar el tumulto de fotos.
—Harry Potter —dijo Laura mientras esbozaba una sonrisa.
—Harry... ¿Potter? —se preguntó David  que pareció no entender la referencia. Se volteó a mirar al doctor, muy intrigado por la aseveración de la joven.
En ese instante Laura se para sobre la punta de sus pies y le da un tibio beso en la mejilla, un beso que duró más de lo que David estaba acostumbrado, el joven dió un sobresalto y antes que pudiera voltear a mirar, Laura había salido corriendo de la sala, su andar era ligero como el de una gacela, David reparó en los pies descalzos de la joven Laura, sus pasos se sentían como las gotas de lluvia que amaina. Pasó junto al doctor Johnson que se había entretenido conversando con una enfermera, su risa se percibía desde todos lados del pasillo, Laura giró sobre sus pies y miró a David.
—Harry Potter —dijo la joven, apuntando al gordo risueño, con una voz casi inaudible, pero con un amplio movimiento de labios.
David miró a la joven y luego al doctor, era obvio, era idéntico al tío Vernon, el tío de Harry Potter.
David, preso de la sorpresa no pudo sino lanzar una enorme carcajada. La chica tenía razón.
Cuando se repuso, Laura había desaparecido.

Los días posteriores volvieron a encontrarse, el Centro si bien era un edificio espacioso, no dejaba de ser un recinto cerrado, y la cantidad de gente que atendía no era mucha. La gran mayoría eran jóvenes con problemas de drogas cuyas familias adineradas no querían figurar en el escrutinio público, prefiriendo el hermetismo que el Centro ofrecía.
El lugar era un gran edificio de arquitectura victoriana de 5 pisos de altura que abarcaba una casi una manzana completa, como el Hotel Russell en Londres ó el edificio de la Armada de Chile en Valparaíso.
Su forma de herradura permitía que desde todas las habitaciones fuera visible el pequeño jardín interior que el Centro poseía, unos doscientos metros cuadrados de verdes pastos, adornados con bancas de granito blanco, unos cuantos cerezos que, llegada la primavera, tornaban el jardín con un aire oriental, unos arbustos tupidos que servían de barda y en el centro, una fuente de tres niveles tallada en piedra del Dios Júpiter.
El segundo encuentro de ambos fue justamente en el jardín, Laura en compañía de otra chica se divertían haciendo un picnic, tomando algo de sol y riendo. David las vio desde lejos y pensó en acercase, las chicas lo vieron venir y las risas cesaron.

—Buenas tardes —saludó el joven educadamente
—¿Que quieres?, ¿¡Crees que esto es una discoteca?! —fue Laura la que respondió, ésta vez muy agresiva.
—Lo...lo siento... Yo no pretendía... —David se sintió confundido.
—No pretendías ¿Qué?
—Lo siento...
—Deberías estar trabajando, ¿No es acaso lo que haces aquí?, trabajar. —La joven Laura se levantó y echó a correr.
David la vio alejarse.
—No es tu culpa, de niña veía la televisión desde muy cerca —dijo la acompañante de Laura.
—¿Qué cosa? —el joven parecía aún más confundido.
—Laura, de niña miraba el televisor desde muy cerca, esas cosas dañan tú cerebro ¿Sabes?
David ignoro el comentario.
—No nos han presentado, soy David
—Lo sé, soy Gina —la joven que aún estaba sentada en el pasto extendió su mano en señal de saludo— no le hagas caso, ya se le pasará, éste lugar es un manicomio ¿Lo sabes verdad? —agregó.