lunes, 10 de agosto de 2009

Manual de la Seduccion

Este articulo fue escrito por el chileno Rafael gumucio para la revista Fibra, hace algunos años, esta largo pero esta genial , si pudieran leerlo entero.... disfruten...

Carnaval

La idea de este manual nació en Río de Janeiro. Cansado de nuestra forzada pureza y castidad, un amigo y yo fuimos al Carnaval, seguros de que ahí sí que las ninfas no podrían escapar. Recién aterrizados en Buzios se nos ocurrió preguntarle al argentino más narigón que encontramos cómo debíamos proceder. "Todo es cuestión de tiempo", nos dijo. Cuando empieza la fiesta basta con mantenerse alerta y esperar. A la una de la mañana los guapos se van con las guapas; a las dos, un poco más borrachas, algunas guapas se marchan con algunos menos guapos, y así hasta el amanecer.

–¿Nosotros a qué hora crees que nos toca, más o menos?

–Ustedes a las cuatro de la mañana seguro que agarran algo.

Le propuse a mi amigo que nos fuéramos a dormir, pusiéramos el despertador a las cuatro y descansados y de buen ánimo nos fuéramos a recoger lo que botó la ola. Pero a mi amigo le dio con que el argentino era pesimista, que se estaba riendo de nosotros. Así que nos quedamos parados en la barra de un bar donde un mulato se dedicaba a cantar todo The Wall de Pink Floyd, el solo con su guitarra eléctrica. El ritual se cumplió con exactitud. A la una de la mañana se fueron las top models con los musculosos. A las dos, los ganosos con pintas aceptables fueron elegidos: el alcohol ya empezaba enturbiar la vista y ampliar el gusto. A las tres se quedaron los desesperados y las desesperadas. Ya aguerrido, mi amigo y yo nos acercamos a dos secretarias cuarentonas, feas pero que movían los abdominales como tigresas.

–Somos chilenos –les dijimos.

–A bom. ¿Falan portugueis?– preguntaron con un asomo de sonrisa.

–No –dijimos, y no se nos ocurrió nada más qué decir.

A ellas tampoco, con lo que nuestro diálogo quedó reducido a nada. Finalmente dos tipos tan feos como nosotros, pero completamente brasileños, se las llevaron. Salimos del bar con el alma congelada, completamente destrozados. Cuando no quedaba nada de esperanza, a una pequeñísima y preciosa mulata recién llegada de Bahía le dio con invitarnos un sandwich y preguntarnos dónde podía alojar. Sonaron las cuatro de la mañana y recordé la fatídica predicción del argentino. Finalmente no tuvimos la fuerza para seducir a la bahiana. Preferimos nuestra derrota compartida a tener que decidir quién se quedaba con la mulata, y nos fuimos solos y deshonrados al hotel. Ahí, mientras en el televisor transmitían en directo el desfile de las escuelas de samba, se me ocurrió la primera lección de este manual: el tiempo. Seductores: ni la fuerza, ni las palabras, ni la razón ni la sinrazón bastan, sólo el tiempo, sólo saber controlar el tiempo. Si quieren amanecer en los brazos de alguna belleza inolvidable hay que esperar sin desesperarse. No hay mujer que con el tiempo no caiga en los brazos, si la deseas. No hay mujer imposible para el que no se desespera.

El deseo constante y sin pausa ni prisa es para las mujeres un imán incontrolable. Las bellas y las otras siempre terminan tratando de responder a besos el misterio de esa mirada que las sigue y parece conocerlas. Con tal de resolver ese misterio las princesas pueden terminar amando a un tipo que al principio no le gustaba nada.

Los pacientes siempre logran sus cometidos; los pacientes y los insensibles. Porque en la espera hay que soportar innumerables frustraciones, incontables humillaciones y toda suerte de inconvenientes. Ese es el problema esencial del seductor. Para serlo se necesita ser sensible, inteligente, intuitivo, pero para aguantar los peligros y desvíos de la seducción hay que ser, paradójicamente, insensible, tonto, testarudo y temerario.

Queremos una mujer que nos cure las heridas, pero para conseguirla debemos soportar más heridas, más dolor y menos consuelo. De nada sirve quejarse; esto no tiene nada que ver con el amor, sino con la selección biológica. Las mujeres aman la debilidad sólo de la boca para afuera: cerca de ellas necesitan a un fuerte, un resistente donante de material genético. La mujer no te ve a ti sino al hijo que podrían llegar a tener. Las mujeres aman en un hombre a otros hombres, niños posibles. Por eso lo primero que hacen las mujeres al elegir a un hombre es convertirlo en un niño.

Bienvenido a las arena movedizas y las trampas mortales, bienvenido al mundo de las mujeres.

Tootsie

En la película Tootsie de Sydney Pollack, un actor (interpretado por Dustin Hoffman) se disfraza de mujer para conseguir un papel. Mientras viste de falda, Jessica Lange le cuenta cómo soñaría que un hombre la abordara. Cuando el actor, vestido de hombre, la aborda exactamente como ella soñaba, recibe una mirada de odio y un martini en la cara. La lección es clarísima: entre lo que una mujer quiere y lo que dice querer hay un abismo infranqueable. Porque básicamente Jessica Lange no sabe cómo quiere ser abordada, porque ha sido educada para defenderse de ese abordaje y permitir que sólo unos pocos hombres tengan derecho a dejarla preñada (aunque ella ya es una mujer liberada que usa pastillas anticonceptivas, sigue gobernando el instinto milenario). El cortejo es complejo y tramposo en el ser humano sólo porque, a diferencia de otras especies, la mujer puede ser fecundada durante bastantes días y por cualquiera. No hay periodo de celo, así que las mujeres han inventado el amor para limitar las posibilidades de procreación y los candidatos a sus ovarios. La mujer, que en todos los aspectos sabe mucho más que el hombre lo que quiere y cómo lo quiere, en materia sexual vive sin saber qué es lo que realmente quiere. Pero no soporta que el hombre no adivine lo que ella no sabe que quiere. Escuchar a las mujeres, anotar sus deseos, no es garantía de nada. Los hombres les sirven a las mujeres justamente para definirse, para saber qué querían, para inventarse las fantasías que antes del beso eran turbias e indefinidas. Las mujeres tienen la extraña facultad de inventar que soñaron lo que vivieron, mientras los hombres tienen la facultad contraria, de vivir lo que sólo soñaron. Las mujeres hablan varios idiomas a la vez, como viven varias vidas a la vez. Que no nos entendamos es mucho más normal de lo que se piensa: las palabras no tienen en ellas el mismo significado que para nosotros, como las cosas no tienen el mismo uso (la ropa, la comida, los muebles, por ejemplo, son para las mujeres símbolos y no sólo objetos). El tiempo no es el mismo (viven más años) y el espacio no es el mismo (viajan menos). Las etapas de su vida son distintas; su infancia no dura casi nada, hasta la primera menstruación a los doce años, y su juventud sólo hasta que tienen su primer hijo. La vejez también les llega más tarde. Su sexualidad es distinta de la nuestra. Una sensación no sólo distinta sino contraria: mientras nosotros nos vaciamos ella se llenan, mientras nosotros dejamos de sentir nuestro cuerpo, ellas en el orgasmo por fin lo sienten entero.

Mientras para el hombre es inevitable ver el mundo y las mujeres en pedazos –senos, culo, cabeza– , las mujeres huelen la integridad. Ven a los hombres como una sola cosa que rechazan o aman de plano. Todo seductor debe estar consciente de esas diferencias ondas e infranqueables, y ser capaz al mismo tiempo de olvidarlas, de pasarlas por alto, porque si tiene plena conciencia del poder, de la belleza y del horror subyacente a las mujeres, no podría siquiera asomarse a ellas.

Nadie quiere por su propia voluntad que le transmitan una gripe, y nadie en sus cabales quiere estar enamorado. Es necesario un poco de inconsciencia para lanzarse a tocar esos preciosos labios que saben más que nadie la verdad detrás de todas tus mentiras, ese cuerpo en que perderás tu órgano viril. Todo amor es para un hombre, a la larga o la corta, un acto de castración. Nadie se somete a esta operación sin anestesia.

Cómo superar la timidez

El miedo al ridículo es el enemigo número uno de todo seductor. Amar y querer ser amado es algo esencialmente ridículo. Como decía mi hermana: "Vivir es una rotería". No hay forma de enamorara nadie sin perder, por un rato al menos, la dignidad. No hay nada que enamore más a una mujer que el tipo que no teme la mirada de la manada, que salta sobre las convenciones, que pierde la cabalidad sin volverse loco. Un amigo mío, después de que su amada le dijo claramente que no quería nada con él, fue a buscarla al otro día con sombrero y short para ir a la playa, como si nada. La bella cayó rendida ante tal testaruda tranquilidad. Otro amigo, sin pudor, aborda bellas en los parques, recibiendo mucho menos rechazo que yo, que doy vueltas pensando en cómo querría ella que me declarase. Un truco esencial para superar la timidez: siempre hay un tipo más tonto, más sólo, más torpe que tú. Por más idioteces y errores que cometas, hay uno peor. La timidez es siempre una forma de egolatría. El tímido se siente único y solo en el mundo. Es ese sentimiento, de un egoísmo profundo, lo que aleja el tímido de las mujeres. El tímido no sólo piensa que la mujer no le va a regalar una sola mirada, sino que sabe que esa mirada no será nunca suficiente, que la quiere entera y completamente suya, cosa imposible y agotadora. Con razón las mujeres huyen de ese tirano en potencia, falsamente dulce y torpe. La única forma de superar la timidez es saber, con certidumbre absoluta, que también la amada se sabe, se cree, se siente tímida. Que lo que espera de ti es justamente un gesto audaz, tonto, torpe pero vital, que la saque del círculo vicioso del temor.¿Y si dice que no? ¿Y si no quiere?

Eso no existe. Ninguna mujer decente rechaza del todo un amante comedido y decidido. Más aún si por ella ha hecho el ridículo y perdido la dignidad. Por más acompañada y solicitada que parezca la amada, está sola como un dedo, y aunque no lo sea se siente siempre fea, tonta y solterona. Un beso, una caricia o una declaración nunca estarán para ella de más, siempre terminará por agradecerlo y retribuirlo: si no es hoy será mañana. Por más aguda y tartamuda que le parezca tu voz, ella sabrá descifrarla y decir lo que tu temblor no te deja pronunciar. Olvídate de las adolescentes que se burlaban de ti con las amigas. Las adolescentes no son mujeres ni seres humanos. Amantes despreciados: paciencia y valor, las mujeres nunca son fortaleza invencible si se sabe de antemano hasta qué punto se quieren sentir sitiadas, invadidas, derrotadas.

La bolsa de valores

Ninguna mujer se da a sí misma a cambio de nada. Saben que los hombres necesitan mucho más sexo y más cariño que ellas, porque el placer dura en el hombre mucho más y el deseo es más apremiante, más urgente, menos sutil. Para ser amado hay que ponerse un precio, pero para seducir hay que saber especular con ese precio. Hay que hacer una correcta evaluación de ese precio, no desde el ego –herido o sobado–, sino desde la realidad. Una amiga me contaba de un tipo guapo, inteligente, buena persona y muy caballeroso, que tenía la mala idea de enamorarse de las más bonitas y ricas de la universidad. Entre esas bellezas la caballerosidad del tipo resultaba contraproducente. Ellas, adoradas por todos, querían un tipo que las maltratara, que las mirara en menos, que pusiera a prueba su capacidad de seducir. La caballerosidad pasada de moda del galán lo hacía poco creíble y poco querible. El mejor amigo de este pobre despreciado era igual de caballero y pasado de moda, pero más feo y bajo, con lo cual postulaba a mujeres menos espectaculares pero mucho más respetuosas y agradecidas. El amigo feo tenía una vida sexual mucho más activa que el guapo. Antes de iniciar cualquier actividad amatoria es importante fijar con realismo el público objetivo al que los encantos van dirigidos. No hay que desconsolarse: el mundo de las mujeres es redondo, y al conquistar un tipo de mujer lo más seguro es que el otro tipo de mujeres termine también por caer.

Lo esencial es saber quién es uno, y ser capaz también de especular, de inventarse otros seres posibles, de crearse personalidades, inventarse destinos. Las mujeres saben mejor que nadie que las aspiraciones masculinas son siempre un poco ridículas, pero aman esas aspiraciones. Josefina no amó en Napoleón, el futuro emperador, el empeño loco en serlo, sino la fuerza para doblegar un imperio. Vio que no se detendría ante nada para lograrlo, pero no vio que coronado y ya seguro no dudaría en repudiarla para casarse con una mujer de sangre azul. Crueldad absoluta del poder, Napoleón necesitaba de Josefina para saber quién era, pero la dejó porque era una testigo incómoda de sus íntimos fracasos.

El oído

El oído es el órgano sexual de la mujer, decía mi abuela. Aparte de un diez por ciento de hombres auténticamente irresistibles (tipo Alain Delon o Al Pacino) y un diez por ciento de horripilantes, la mayor parte de los machos somos estéticamente indiferentes para las mujeres. Podemos llegar a ser guapos si ellas lo deciden, y no ser nadie si ellas no nos miran. Para el hombre sin atributos, ni feo ni buenmozo, la mejor carta es hacer que hablen de él. Un pariente mío tenía una técnica infalible: enamorar a las amigas feas de la bonita que quería conquistar. Las feas en general no se resistían y le hablaban a la bonita de las maravillas amatorias del kamikaze sexual. Las lindas a la larga quieren entender qué le pasa a ese tipo que las mira a todas menos a ellas. Otro pariente mío era aún más directo. Se sentaba a la mesa con señoritas y se ponía a hablarles sin asomo de vergüenza de la más escabrosa sexualidad. Lo hacía como si acabaran de salir juntos de un prostíbulo, eso sí suficientemente borracho, sin violencia y sin dar la menor señal de querer tocar nada. Las cochinadas, dichas con cariño y total impunidad, llevan la conversación hacia la cama. Las mujeres no pueden resistir a esos dedos inmateriales que son las palabras. Como tampoco se resisten demasiado a un maremoto de halagos (sobre todo físicos) dicho con arte y sin cejar durante un buen tiempo. Tarde o temprano, para las mujeres las palabras constituyen mundos, el mundo del hombre que las mira y que terminan por querer habitar. Ser vistas como el amante las ve. Pero a las mujeres no sólo les gusta escuchar, sino ser escuchadas. Este, debo confesar, ha sido mi truco particular. Escuchar, escuchar, escuchar, a veces agregar algo, recordar algo que dijeron hace un tiempo, demostrar interés, pero no pasión. Aguardar desde una discreta distancia, escuchar hasta que ellas agoten sus baterías de confesiones falsas y de problemas inventados y empiecen a hablar de lo que les importa, inquieta o interesa. Mientras más se oyen a sí mismas, más lo encuentran inteligente a uno. Cuando empieza a contar cómo era o es su papá, cuando la defraudó, cuando lo quiso más, es señal de que la bella quiere algo. Hay que saltar de a poco, o más bien dejar en claro que si ella quiere que la siga escuchando tiene que dar algo a cambio. Siempre ponerse un precio y no moverse de ahí (las mujeres no pueden resistir una oferta o liquidación, pero si te regalas ella nunca te comprarán). Truco infalible: después de dos o tres semanas de escuchar, de estar atento, de ser el confesor, desaparecer, no responder el teléfono, ausentarse. La mujer enviciada por sus propias confesiones, te irá a buscar como perra en celo.

Sorpresa

Stendhal decía que el amor es siempre una promesa de felicidad. Quitando de en medio la felicidad, tan esquiva como incontrolable, sí es cierto que el amor tiene que ser una promesa. Algo que uno espera, que podría ser, que no es nunca seguro ni predecible. La única técnica de seducción es el misterio. Crear misterios, dando siempre claves para que ella los resuelva. Ser un enigma en el que ella tiene que atar los cabos. Ser lo que ella sueña, pero también sus pesadillas. Para eso es esencial sorprender siempre. Ser uno y después el otro. Llevar una mujer a la playa y de pronto desviar el camino e ir a la montaña. Ser encantador y de pronto brusco. Contarlo todo pero siempre inventándose traumas de los que no se puede hablar. Mejor aún, hablar muy poco, y de pronto decirlo todo para volver a callar. Las mujeres aman las posibilidades, y nada tiene más posibilidades que lo imposible. El sexo es para la mujer el final del juego, y el comienzo de la vida real. De ahí su fascinación por curas y homosexuales: los que no podrán ser suyos le fascinan hasta que los hace suyos. La seducción es siempre un juego de poder. La otra persona debe sentir que conquista terreno, que tiene mucho ganado, que ya resolvió el misterio, y de pronto hay que hacerle sentir que no resolvió, que no tiene nada en su poder, que no comprende casi nada.

Y de nuevo volver a entregar terreno. El ataque amoroso tiene que ser siempre sorpresivo pero al mismo tiempo, como en todo buen suspenso, predecible. Algunos confunden ser misterioso con ser mentiroso. Mentir es un truco fácil, lo realmente difícil es poner en juego las distintas verdades. Contar sólo lo que le ayuda a ella a querer saber lo incontable La seducción es una forma de consumismo. Consumir y consumar son palabras hermanas. Hay que saber hacerse publicidad, hacerse como la Coca-Cola: ser imprescindible, necesario, sin tener nada que sea esencial. Ir ganando terreno en su vida sutilmente. Invitarla a panoramas inusitados, aparecer en donde ella no lo espera, pero sobre todo no aparecer en donde lo espera.

¿Y qué pasa después?

Después viene el amor, y de eso aún se sabe demasiado poco para aconsejarles nada. De eso creo que nadie sabe nada.