lunes, 5 de septiembre de 2022

Clara

Clara dormía profundamente, tanto como media botella de tequila lo podía permitir.
La sábana apenas podía cubrir la mitad de su cuerpo desnudo. Inclinada hacia la derecha, las manos juntas y los ojos cerrados, dotaba la escena de un aire como eclesiástico, como una virgen rezando o algo por el estilo.
Uno de sus senos asomaba de forma cautivadora, sus cabellos rojizos se deslizaban hasta posarse sobre sus hombros y la espalda. La pierna derecha, levemente ladeada por sobre la otra, cubriendo su sexo de la vista, insinuando su lozana cadera, sus turgentes muslos y la redondez de sus nalgas.
Él, de pie junto a la cama, desnudo como ella, la devoraba con la mirada. Debía de actuar rápido y en silencio, ella no debía despertar y así arruinar la sorpresa. La recorrió con la vista una vez más, su pene empezó a hincharse y a ponerse erecto. Refrenó el deseo de tocarla, de sentir su piel, su calor. Debía esperar.
Con agilidad felina se dirigió a la cómoda y empezó a buscar alguna botella que guardara algún lubricante, o algún similar que pudiera servir. Levantó algunas botellas y las asomó a la poca luz que entraba por la ventana semi abierta, la botella de la tapa azul debía bastar. El tiempo se agotaba y el hombre decidió arriesgarse.
Muy lentamente apoyó el peso de su cuerpo en el borde de la cama, se inclinó levemente hacia adelante y extendió su brazo izquierdo junto a la cabeza de ella. Buscaba su cuello. O su boca. Aún no había decidido.
Con la otra mano y en un total equilibrio, retiró la sábana que la cubría, dejando su cuerpo al descubierto. Vertió el contenido de aquel bálsamo de tapa azul. Ella sintió una leve incomodidad pero el tibio líquido no fue suficiente para despertarla. Aún.
Cuando se preparaba para introducir su pene, el sonido de la chapa de la puerta lo alertó. Se suponía que no debía de haber nadie en las habitaciones, las clases habían terminado y solamente algunas alumnas no habían viajado a ver a sus familias por las fiestas, Clara era una de ellas, se había asegurado de ello, y era la única en este piso. No le dio tiempo a reaccionar.
El grito de la recién llegada despertó a Clara de súbito.
Al abrir sus ojos vio un rostro extraño y a la vez familiar. 
Tardó unos segundos en comprender que sucedía. Miró a su amiga, quien seguía atónita en la puerta, miró a Don Jaime, quien yacía desnudo y sobre ella, con su pene hinchado a escasos milímetros de su vagina.
Ambas miradas se cruzaron, ambos corazones se aceleraron pero por razones muy distintas. Ella le sostuvo la mirada unos segundos hasta que por fin lo entendió.
Su semblante poco a poco se fue ensombreciendo, sus ojos parecían hundirse en su rostro ahora pálido.
Él, al ver los ojos de terror en la chica sintió aún más excitación, tan incontrolable que al instante le eyaculó encima.
Ella presa del miedo y el asco no reaccionó.
Él, excitado y extasiado de placer tampoco.
Fue la amiga quien de un golpe derribó al intruso con unos libros de matemáticas que encontró en el mueble cerca de la puerta.
Clara comenzó a gritar.
El intruso se levantó del suelo mientras se tocaba la cabeza.
Giró su cuerpo hacia a la ventana y saltó al exterior.
En el pánico del momento, aquel perturbado hombre olvidó que se encontraba en un cuarto piso y que había entrado por la puerta con su llave de conserje. Aveces olvidaba cosas; como que era un viejo pervertido, no un joven estudiante, olvidaba que aquellas chicas eran mucho menores que él, y que no estaban interesadas. También olvidaba las advertencias del rector sobre "molestar" a las estudiantes. Verlas caminar por el campus, tan joviales, tan ligeras, tan llenas de vida lo hacían sentir joven otra vez. Quería ser joven otra vez.
La caída fue rápida.
Un segundo estaba en el aire y al siguiente estaba estampado contra el concreto, con su cráneo reventado liberando borbotones de sangre ennegrecida por la oscuridad.
Clara pasó el siguiente semestre con su familia, el rector le concedió una beca completa para cuando estuviera lista a volver luego de presenciar el suicidio del conserje.
La amiga no contó con tanta suerte. Al siguiente fin de semana un estudiante borracho no la vio al girar en una  esquina y la arrastró por tres calles. 
La universidad nunca recibió alguna denuncia, las chicas preferían callar y continuar sus estudios antes de enfrentar el escrutinio público.
De aquel hombre nunca más se volvió a hablar, pero la deserción bajó el siguiente año, y el siguiente, y el que le siguió a ese.