“Tengo que dar un giro a mi vida”. Seguro que te repites esta frase cada cierto tiempo. De esta manera decides emprender un negocio, estudiar un máster, apuntarte a idiomas o al gimnasio, cambiar de trabajo, de casa, de forma de vestir… Esta necesidad de hacer balance y modificar aquello que no funciona también puede afectar al ámbito de la pareja. Es lo que popularmente se conoce como “la crisis de los 5 años”, momentos de cambio que se convierten en una frontera importante para determinar la relación, ya sea para acabarla o para mejorarla.
La antropóloga Helen Fisher ha sugerido
que las rupturas de pareja suelen producirse al cabo de 4 años de
relación, porque es aproximadamente el tiempo necesario para concebir,
gestar y criar a un bebé. O sea que, según Fisher, necesitas el amor para procrear y criar al niño con tu compañero, pero después ya eres libre para buscar otra pareja. Ironías aparte e independientemente de si la cifra exacta es 4, 5 o 7 años, lo que sí es cierto es que la mayoría de parejas, tras un tiempo de estabilidad, pasan por crisis periódicas.
Seguro que en algún momento te han asaltado sentimientos de duda y
zozobra que provocan que te replantees la relación. Cuando lo que antes
te parecía estimulante ahora es motivo de aburrimiento o sus hábitos
extravagantes empiezan a sacarte de quicio comienza a aflorar la
frustración y la inquietud. Estos desajustes “chirrían” en tus oídos y
necesitas tomar algunas decisiones.
Crisis marcadas en el calendario
No es casualidad que muchas crisis de
pareja coincidan con etapas vitales que generalmente tienen lugar cada
5, 7 o 10 años. Algunos de estos momentos serían:
- La llegada del primer hijo: Supone un desafío a la estabilidad y un reto para la vida en pareja: hay que ajustar los tiempos a las necesidades del bebé, distribuir tareas hasta entonces desconocidas y asumir nuevos roles y responsabilidades.
- La crisis de la mediana edad: Provoca que algunas personas se lancen a una carrera vana por recuperar la juventud perdida con comportamientos más propios de la adolescencia que de los 40 o 50 años, buscando nuevos alicientes y, en ocasiones, nuevas parejas.
- El nido vacío: Con la marcha de los hijos la pareja está sola después de mucho tiempo. Esto puede provocar que afloren problemas ocultos bajo la alfombra durante los años en que los “pequeños” ocupaban todo el espacio.
- La jubilación: Muchas parejas no están preparadas para pasar las 24 horas del día juntos después de años de verse solo para comer y dormir.
La otra cara de la moneda de la estabilidad
Además
de ir ligadas a algunos momentos vitales, las crisis periódicas en la
pareja también son resultado de tan ansiada estabilidad emocional. Te
preguntarás cómo es posible que te pases la vida esforzándote por
alcanzarla y, una vez lograda, pueda convertirse en tu peor enemigo.
Porque la estabilidad hace que uno se relaje al pensar que la relación ya está consolidada. Tal vez pienses que porque tienes pareja estable está todo logrado, pero no puedes olvidar que una relación está en constante evolución y, por eso, hay que alimentarla y cuidarla cada día.
Por lo tanto, las crisis periódicas son valiosísimas, puesto que
significan un punto de inflexión, un toque de atención para que estés
atenta y no descuides a tu pareja y, en definitiva, una oportunidad para
mejorar todos aquellos aspectos que no funcionan y reforzar así tu
relación.